(Para ampliar información ver el libro "En el vientre de Mari" de Guillermo Piquero)

110. Mari y Sugaar (la Diosa y el Dragón)

    * “Para nuestros antepasados, las tormentas simbolizaban la unión sexual entre el Padre Cielo y la Madre Tierra, ya que de dicho encuentro surgía la lluvia seminal que fecundaba la naturaleza. Y en este apareamiento cósmico, el rayo representaba el poder fertilizador del principio masculino celeste que penetraba por las simas y cavidades uterinas. Este fenómeno atmosférico fue interpretado por nuestros ancestros como una serpiente-rayo o dragón (relacionado con los elementos masculinos: fuego y aire). Así parece haber quedado reflejado en la mitología vasca que, al haber conservado muchos rasgos pre-indoeuropeos, puede ayudarnos a desenmarañar el significado original de nuestros mitos. Pues bien, según la tradición oral vasca, Sugaar (serpiente macho) es el amante de Mari (Diosa Cósmica). Sugaar, al igual que el joven dios de las cosechas de tiempos neolíticos, debe ser entendido en última instancia como una emanación de la propia Diosa (símbolo del Todo) que le permite a ésta autofecundarse (Diosa partenogénica).

    La etimologia de Sugaar es sumamente esclarecedora y a la vez polivalente: Por un lado puede ser suge (serpiente) + ar (macho), pero otros autores también sugieren su (fuego) + gar (llama). En otras comarcas vascas también se le conoce como suarra de su (fuego) y arra (gusano).

    El antropólogo J.M. de Barandiaran recogió hace décadas algunos testimonios sobre Sugaar en las comunidades rurales vascas. Así uno de los consultados afirmó que suele atravesar el firmamento en forma de media luna de fuego justo antes de una tempestad. Según otro testimonio su aparición es en forma de fuego, pero no se le ve la cabeza ni la cola; es como un relámpago. Además, en muchos pueblos se dice que al juntarse dicha pareja de amantes (Mari y Sugaar) siempre estalla una furiosa tormenta. […] En euskera la palabra relación se dice harreman, compuesta en su etimología básica por ar (masculino) eme (femenino), pero que también podemos interpretar desde la manifestación dinámica de estas dos energías, así tenemos: Har (tu) del verbo “coger, tomar” y eman, del verbo “dar, ofrecer”. Encontramos pues, en la etimología de esta palabra, una hermosa síntesis lingüística y filosófica de las dos polaridades energéticas de la naturaleza, cuya complementariedad (harreman) conforman la unidad primordial de todos los seres y procesos naturales.

    Esta es la analogía contenida en las ceremonias del Matrimonio sagrado neolítico (hierogamia) en las que sus ritos se ocupaban tanto de armonizarse con las fuerzas duales de la naturaleza (femenino-terrestre y masculino-celeste) como con las relaciones humanas entre el hombre y la mujer. Y esto es, en definitiva, lo que simboliza y enseña la relación entre Mari y Sugaar: la armonía y complementariedad entre las dos polaridades de la naturaleza, lo que en la tradición alquímica se denomina andrógino sagrado.” G. Piquero, “De la matrística a los imperios patriarcales”