112. La cultura del bosque

    * “El árbol fue siempre el dónde de todas las bellas historias, reales o legendarias. El bosque original es el escenario mágico en el que nacen la cultura y la mitología. La fuente inagotable que proporcionaba la luz de la yérgala, el fuego del llar en la oscura noche invernal, la madera, materia cálida para hacerlo todo, los frutos para alimentarse y un entorno siempre único y diferente para la fiesta, la reunión o las celebraciones de toda clase. Bajo el venerable tejo u otros árboles sagrados se celebraron también las principales ceremonias, los juicios y juramentos, las asambleas o conceyus que regían la vida común hasta no hace mucho tiempo. En justa correspondencia, en todas las épocas y regiones existió la responsabilidad común de renovar el bosque, plantando cada año nuevos árboles, de sostener los caminos y avivar el paisaje, de fecundar de mil modos la tierra para conservarla viva y fértil.

    […] Antes de que nacieran las religiones y las civilizaciones humanas, los primeros templos se encontraban ya al pie de los árboles, en lo más profundo del bosque o en los claros de las inmensas selvas que poblaban Europa. […] Se calcula que no queda ni siquiera un 1 por ciento de los bosques que cubrían, hace apenas un par de milenios, cuatro quintas partes de Europa occidental. […] toda Europa era un bosque formado por florestas inmensas, interminables.

 

Plinio habla de las vastas selvas germanas que llegaban hasta el mismo borde del mar:

En las mismas regiones septentrionales, la enormidad de los robles de la selva herciniana, respetados por el tiempo y contemporáneos del origen del mundo.

 

Cesar describe en parecidos términos la selva Herminia:

Tiene de ancho nueve largas jornadas, sin que se pueda explicar de otra suerte, pues no tiene medidas itinerarias. Comienza en los confines de los helvecios, remetes y rauracos, y por las orillas del Danubio va en derechura hasta las fronteras de los dacos y anartes. Desde allí tuerce a mano izquierda por regiones apartadas del río y, por ser tan extendida, entra en los términos de muchas naciones. Ni hay hombre de la Germania conocida que asegure haber llegado al principio de esta selva aun después de haber andado sesenta días de camino o que tenga noticia de dónde nace. […]

 

    Respecto a las Ardenas (Ardennes, la inmensa selva consagrada a la diosa Arduina, la del jabalí), dice César un poco más adelante: La mayor de la Galia, que de las orillas del Rhin y fronteras de los trevirenses corre por más de quinientas millas, alargándose hasta los nervios. Pero había aún muchas otras comprendidas o no en aquellas: Los Vosgos, la Selva Negra consagrada a la diosa Abnoba, etc. […] Podríamos decir que los europeos fuimos vecinos de un mismo bosque y que toda Europa era el país de los árboles y nosotros, habitantes e indígenas de aquella selva que proveía lo necesario para nuestra subsistencia e inspiraba nuestras más profundas creencias y formas de entender la vida.” Ignacio Abella, “La memoria del bosque. Crónicas de la vieja selva europea.”