* “Desde tiempo inmemorial, nuestros abuelos se reunieron al pie de los tejos para celebrar concejos y reuniones, juicios, fiestas y rituales. A lo largo de los siglos, desde el mismo centro de todos los pueblos y aldeas, el viejo y silencioso texu fue emblema de sabiduría y buena vecindad. Símbolo de país, paisaje y paisanaje, de la gente y del territorio. […] Aún se recuerda en algunos pueblos de la comarca de Picos o en el mismo Bermiego, que su árbol sagrado estaba ahí aún antes de que el pueblo se fundara. É más vieyísimu que’l memu pueblu se dice. […]
A diferencia de otras concepciones religiosas o filosóficas, encontramos en el árbol sagrado no solo una representación cósmica que heredamos de los antiguos mitos del árbol del paraíso o del árbol universal que sostiene y contiene el mundo entero; sino una encarnación de la propia divinidad o espíritu de la tierra y al mismo tiempo del templo que en las viejas tradiciones era el árbol o el bosque. Y esta idea del Dios-Templo resulta arcaica y a la par novedosa en nuestro contexto cultural en el que las religiones han evolucionado desde hace muchos siglos hacia los cultos y rituales que se practican en templos artificiales, erigidos muchas veces en los mismos enclaves donde tenían lugar los ritos paganos. […]
En la concepción tradicional más o menos consciente, los camposantos, eran centros sagrados habitados por el árbol vivo y frondoso. El simbolismo de que ese árbol arraigara en el territorio común de los ancestros, absorbiendo durante generaciones a todos y cada uno de los vecinos que iban a parar al final de su vida a sus pies, es trascendental y elocuente. Al pie de los tejos vivían los muertos.
El árbol ancestral reunía, resumía y daba vida, era el alma del pueblo y, por tanto, todo lo que acontecía en ese espacio tenía un significado profundo, que explica también que el tejo fuera un verdadero árbol de la palabra, garante de la palabra dada, de juramentos y pactos que, sellados bajo aquel testigo, debían ser inviolables y perpetuos. […]
La palabra vasca que designa al tejo es agin con el sustantivo agintari (líder) y el verbo agindu (ordenar, prometer). También el tejo japonés recibe una especial veneración como Ichi I (Árbol principal o Árbol de Dios), relacionado con las divinidades creadoras y sus mansiones en lo alto de las montañas y existen viejos ejemplares que, igual que los europeos, son templos vivos en los que (o a los que) se rinde culto en el marco de la tradición sintoísta. Por su parte, los indios norteamericanos que convivieron con el tejo del Pacífico lo denominaron jefe de todos los árboles y las matas. En los países nórdicos y germánicos, se ha relacionado asimismo el nombre del tejo en las lenguas antiguas con el concepto de eternidad y la runa 13 del alfabeto rúnico antiguo, es eiwaz (el tejo), y representaba la muerte y el renacimiento.” Ignacio Abella, “La cultura del tejo. Esplendor y decadencia de un patrimonio vital”