* “El niño se siente profundamente atraído por el animal en cuanto comienza a tener consciencia del mundo que le rodea. El vuelo de un pájaro, la lenta marcha de un insecto, la súbita aparición de un mamífero salvaje, constituyen para él anécdotas inolvidables que le van familiarizando con su entorno. […] Ir conociendo las costumbres de los animales de la selva a través de los relatos de los ancianos de la tribu, constituye el primer tesoro del cazador primitivo. Después observará los movimientos de los seres vivos que le permitirá comprobar la veracidad de los relatos escuchados. Acompañar al padre en las expediciones de caza es una aventura que proporcionará alegrías sin límites al niño esquimal, bosquimano o pigmeo.” Felix Rodríguez de la Fuente, “Animales salvajes”
* “Era muy común que los muchachos aprendieran a cazar y poner trampas recibiendo las enseñanzas de sus padres, de parientes mayores o de algún amigo de confianza de la familia; su papel de cazadores estaba pues marcado desde una temprana edad. […] Jefe Lobo, un hombre de la cultura hidatsa, habla de sus inicios con el arco y la flecha: Empecé a usar el arco creo que cuando tenía cuatro años. Salía a menudo a cazar porque mi padre me hacia ir. […]
No obstante, se consideraba que la caza era una ocupación peligrosa. Jefe Lobo narró una expedición particularmente desastrosa que hizo con su padre en invierno. En este viaje, Jefe Lobo se cegó con la nieve, estuvo a punto de ahogarse al meterse en el escondrijo de un puercoespín y casi se congeló en una ventisca repentina. Pero la camaradería que compartí con mi padre lo compensó todo. […]
Como es natural, todos los cazadores necesitan estar muy versados en una serie de procedimientos, y los indios norteamericanos no constituían la excepción. Lo más importante era seleccionar las trampas o las armas adecuadas, pero además había que conocer las pautas de comportamiento de la presa, el uso de señuelos, reclamos, silbatos y ropa, los refugios y escondites, así como el tipo de alimento, junto con los tabúes asociados, y todo ello era vital para garantizar el éxito. Un buen cazador debía conocer también las ceremonias y rituales de caza, sus cantos y fetiches.
Existía además una serie de actividades y destrezas asociadas. Por ejemplo, para cazar un bisonte con arco, hacia falta tener un caballo bien entrenado para la caza de bisontes; para arrojar una lanza a un alce con nieve profunda (una técnica muy utilizada), era necesario saber usar con eficacia las raquetas para la nieve.
Todos estos atributos y algunos más, daban lugar a individuos diestros y perceptivos que solos, aunque con más frecuencia uniendo esfuerzos, conseguían un alto grado de éxito en sus métodos de caza.” Colin F. Taylor, “Vida de los nativos americanos”