* “Durante los dos años y medio que pasé en la selva de Sudamérica junto a indígenas yequona, pude darme perfecta cuenta de que nuestra naturaleza humana no tiene mucho que ver con lo que nos han hecho creer. […] Los bebés cuyas necesidades continuum han sido satisfechas desde el principio a través de la experiencia en brazos (permanecer constantemente en brazos o pegado al cuerpo de otra persona independientemente de la actividad que esa persona realice: recolectar, dormir, bailar, etc.) desarrollan una gran autoestima y son mucho más independientes que aquéllos a los que se les ha dejado llorar solos por miedo a que se vuelvan unos mimosos o demasiado dependientes.
Cuando los bebés estaban en brazos, rara vez lloraban; nunca gritaban y, lo que es más fascinante, no agitaban las manos ni pataleaban ni movían la cabeza; tampoco arqueaban la espalda ni retorcían los pies o las manos, tal y como vemos con frecuencia en nuestros niños. Se mantenían tranquilamente sentados sobre los hombros o bien se quedaban traspuestos sobre la cadera de alguien, lo cual desconfirma el mito de que los bebés tienen que ir flexionados para hacer ejercicio. Tampoco echaban buches, a no ser que estuvieran realmente enfermos, y no tenían cólicos. Cuando durante los primeros meses les atraía algo, se arrastraban por el suelo, andaban a gatas y luego caminaban sin esperar a que alguien viniera a por ellos, sino que ellos mismos iban hacia sus madres o cuidadores buscando la confianza necesaria antes de retomar sus actividades exploratorias. Sin lo que conocemos como supervisión, incluso los más pequeños rara vez resultaban heridos de alguna manera. […] La persona que lleva al bebé (que normalmente es la madre durante los primeros meses y luego algún/a niño/a de entre 8 y 12 años) está construyendo un propósito fundacional que va a resultar útil en posteriores experiencias.
El bebé participa de manera pasiva en las actividades de la persona que lo carga: correr, caminar, reír, hablar, cantar, trabajar y jugar. El tipo de actividad, el ritmo al que se produce, las inflexiones de la lengua utilizada, la variedad de señales observadas, los cambios de luz del día y la noche, los cambios de temperatura, la humedad, la sequedad, los sonidos de su familia, la vida tribal... Todos estos elementos constituyen la base de su participación de modo activo en su entorno, hecho éste que va a comenzar a los seis u ocho meses, cuando comienza a arrastrarse, luego a gatear y más tarde a caminar. Dado que existe esta necesidad del niño por disfrutar de este tipo de experiencia prematura, se requiere que aloje en su ser esta visión panorámica de la vida en la que va a entrar.
También es importante que los cuidadores no se limiten simplemente a sentarse y echar un ojo, ni que se pongan a preguntarse qué necesitará el niño, sino más bien tener una vida activa ellos mismos.” Jean Liedloff, “El concepto de continuum”