* “Se recogían todos los vegetales comestibles que se podían encontrar. Los amentos de abedul y de sauce, las hojas tiernas, apenas desarrolladas, de helechos. Así como los viejos rizomas, que podían ser asados, pelados y reducidos a harina, lo mismo que el cambium de los abetos y los abedules, suavizados por una savia nueva; […] Yemas, brotes frescos, bulbos, raíces, hojas, flores de todas las especies: la tierra abundaba en frutos deliciosos. Se utilizaban como legumbres los brotes y las vainas tiernas de vencetósigo, mientras que su flor, rica en dulce néctar, servía para endulzar ciertos platos. Las hojas de un verde suave del trébol, del quenopodio, de las ortigas, de la balsamina, del diente de león, de la lechuga silvestre se comían cocidas o crudas. Los tallos, y sobre todo las raíces de los cardos, merecían una atención especial. Los bulbos de lirio, los brotes de espadaña y los tallos de junco figuraban entre los favoritos. Las sabrosas raíces azucaradas de regaliz podían comerse crudas o asadas entre cenizas. Algunas plantas eran aprovechadas por sus cualidades nutritivas, otras simplemente por su sabor. Muchas de ellas servían para hacer infusiones.
Ayla conocía las propiedades medicinales de la mayoría de las plantas […] La farfara se criaba en los terrenos húmedos próximos al río: su sabor ligeramente salado constituía un apreciado aliño,
pero Ayla la utilizaba también contra la tos y el asma. […] Ayla siempre llevaba consigo el saco de nutria que contenía raíces y cortezas, hojas, flores, frutas y semillas. De cualquier modo, todas aquellas cosas servían apenas para primeros auxilios. En su cueva contaba con una farmacopea completa […] Sólo el adiestramiento y la costumbre la obligaban a recolectar plantas medicinales según iban éstas apareciendo con el correr de las estaciones. Era algo casi tan automático como el caminar.
Era meticulosa con las dosis y los métodos de preparación. Sabía que una infusión, preparada con solo verter agua hirviente sobre las hojas, flores y frutos, extraía principios y esencias aromáticas y volátiles. La ebullición, que tenía como efecto la cocción, eliminaba los principios extractivos, resinosos y amargos; resultaba más eficaz con materiales duros, tales como cortezas, raíces y semillas. Sabía también como extraer los aceites esenciales, gomas y resinas de una planta; como preparar cataplasmas, emplastos, tónicos, jarabes, ungüentos y bálsamos empleando grasas o agentes espesantes. Sabía mezclar ingredientes, reforzar o diluir las mezclas según las necesidades […]
Ayla era a la vez botánica, farmacéutica y médica […] tradiciones transmitidas y mejoradas de generación en generación, durante cientos, miles, tal vez millones de años, entre cazadores y recolectores cuya existencia misma dependía del conocimiento íntimo de la tierra en dónde vivían y sus productos.” Jean M. Auel, “Los cazadores de mamuts”