“En 1861 Bachofen escribió un libro en el que explica, basándose directamente en algunos autores de la Grecia antigua, la cualidad y la función social y civilizadora de la libido maternal en las primeras sociedades humanas; lo que ahora ya la antropología con la nueva aportación de la revolución arqueológica está confirmando; Bachofen dijo que la fraternidad, la paz, la armonía y el bienestar de aquellas sociedades del llamado Neolítico en la Vieja Europa, procedían de los cuerpos maternos, de lo maternal, del mundo de las madres. No de una religión de las Diosas ni de una organización política o social matriarcal, sino de los cuerpos maternos. Es decir, que aquella sociedad no provenía de las ideas o del mundo espiritual, sino de la sustancia emocional que fluía de los cuerpos físicos y que organizaba las relaciones humanas en función del bienestar; y de donde salían las energías que vertebraban los esfuerzos por cuidar de la vida humana." Casilda Rodrigañez, “El asalto al Hades”
La existencia de una gran cultura preindoeuropea pacifica, comunal y matrifocal parecía hasta hace tan sólo unas décadas ser fruto de las leyendas románticas de un pasado idealizado. Sin embargo, este pasado robado está aflorando en nuestro presente como real y verdadero gracias al trabajo interdisciplinar de numerosos investigadores en campos como la arqueología, la lingüística o la mitología. Sin duda, hoy podemos afirmar con seguridad y rigor que efectivamente existió una era pre-patriarcal que demuestra que no es que otro mundo sea posible, sino que ya fue posible durante un periodo cultural infinitamente más amplio que toda la historia oficial que se enseña en nuestras escuelas.
Este pasado robado, hasta ahora escondido de nuestra memoria colectiva, muestra las verdaderas raíces culturales de los europeos y europeas, unas raíces que nos hermanan culturalmente con el resto de pueblos indígenas del planeta y nos animan a recuperar la cosmovisión preindoeuropea no como una reliquia a venerar, sino como una forma de comprender el mundo que podemos empezar a trasmitir desde ya a las próximas generaciones.
En este sentido, numerosos autores comparten la idea de que la clave de la fraternidad y el profundo comunalismo de las culturas preindoeuropeas radicaba en el hecho de que todas ellas, sin excepción, compartían una organización social y familiar estructurada desde lo maternal, desde el principio femenino materno. He aquí pues una pista fundamental para las sociedades del futuro.
Aunque durante decadas el adjetivo de "matriarcal" ha sido ampliamente utilizado para describir a dichas culturas, hoy es generalmente rechazado por la mayor parte de
estudiosos e investigadores, ya que su etimología nos estaría indicando un dominio del género femenino sobre el masculino, algo que a todas luces nunca fue así (al menos en dicho periodo
histórico). Ello ha dado pie a que durante las últimas decadas hayan surgido diferentes propuestas terminológicas como Gylania, matriarcalismo, matricentrismo,... nosotros utilizaremos la voz
matrística (de matriz), propuesta en origen por Ernest Borneman y adoptada posteriormente por otros investigadores como Marija Gimbutas, quien defínía la organización
social de la Vieja Europa como "un clan matrístico de principios colectivistas", o Humberto Maturana que afirma que "en la Europa neolítica se desarrolló una sociedad
matrística (de matriz). No era una sociedad en que las mujeres dominaran a los hombres, sino una cultura en que hombres y mujeres eran copartícipes de la existencia."
Casilda Rodrigañez, en su ponencia "El vacio de la maternidad y la revolución feminista" (que también podeís ver en video al final de este artículo), define así la cultura matrística:
" (...) La matrística (también llamada por los clásicos Edad Dorada) fue una sociedad organizada según el principio materno, el principio de la identificación absoluta con el bienestar de otro ser, que es la característica del deseo materno. Es un tipo de amor que produce el sistema empático humano para garantizar la supervivencia de las criaturas humanas en su frágil estado al nacer; por eso el cuerpo de la mujer recien parida es una fuente de energia empatica. Los grupos humanos se organizaban entonces en torno a este aliento materno. Bachofen llamó ‘muttertum’ a este grupo humano formado en el hálito del deseo materno. La complacencia con otro ser induce a su vez en éste, el deseo de complacencia. El ‘muttertum’ era el ambiente de la recíproca complacencia, el despliegue social del principio materno. Por eso, los grupos humanos organizados en torno a este principio generaban la fraternidad, el cuidado mutuo.
Decía Cervantes que los que vivían en la Edad Dorada ignoraban las palabras de tuyo y mío y que todas las cosas eran comunes. El mismo Colon en su diario de Viajes, dejó constancia de la sorpresa que le produjo la extrema generosidad de los nativos hallados en el Caribe, con respecto a todas sus pertenencias. Bachofen decía también que los pueblos matrísticos europeos destacaban por la hospitalidad que ofrecían siempre al extranjero. La principal característica, arqueológicamente probada, de aquellas sociedades era la gran paz que en ellas reinaba. Comenta Bachofen que con la desaparición de aquellas generaciones de mujeres, desapareció también la paz sobre la Tierra. Unas generaciones de mujeres que durante milenios preservaron la continuidad del principio femenino-materno en la sociedad humana. (...) " Casilda Rodrigañez
Desde una perspectiva antropológica más general tenemos el término matrifocal, propuesto en origen por Raymond T. Smith y que es hoy en día ampliamente aceptado y utilizado. Los antropólogos utilizan el término matrifocal para definir a los grupos humanos que están estructurados a partir de un núcleo central formado por mujeres de varias generaciones y sus proles. El apoyo mutuo entre abuelas, madres, hijas y nietas permite el intercambio de información sobre la crianza de las nuevas generaciones, así como de los misterios de la concepción y el parto.
Así nos lo explica Casilda Rodrigañez: “Para definir el grupo, tribu, gens, etc., tenemos el concepto de matrifocal y el de ginecogrupo empleados por diversos antropólogos; matrifocal se empezó a emplear cuando se constato que el lugar de residencia de cada núcleo humano que se formaba, era el de la mujer-madre. Es decir, que la relación de apareamiento no daba lugar a un cambio de residencia de la madre, puesto que la cópula no era el punto de partida de un grupo humano; copular y engendrar hijos/as no eran actividades que supusieran la exclusión de la mujer del clan al que pertenecía, si no todo lo contrario. Puesto que una sociedad sin linajes individuales se renueva con las criaturas de las mujeres del grupo. Por lo tanto la mujer no cambiaba de residencia y seguía viviendo en el lugar donde había nacido con las demás mujeres y hombres con vínculos uterinos (hermanos uterinos o nacidos de la madre)." Casilda Rodrigañez, "El asalto al hades"
Obviamente, junto al grupo femenino, en el clan matrifocal interactúan y se entrelazan los hombres, en aras de mantener el bienestar y el equilibrio de la comunidad mediante el apoyo en la crianza o la protección ante posibles amenazas. El concepto de padre biológico parece no estar muy definido, y lo que si existe es la función paterna ejercida por los hombres. Así por ejemplo, los niños Mbuti del zaire llaman padre a todos los hombres adultos y madre a todas las mujeres, es decir existe una identidad grupal que a nosotros nos resulta muy difícil de concebir.
Por tanto, y volvemos a insistir, cuando hablamos de matrística o de matrifocalidad no estamos hablando de una estructura de poder femenino, sino de un sistema de organización comunitario que propicia todo lo contrario: una tendencia hacia la equidad entre los géneros, a pesar de que cada género suela realizar labores bien diferenciadas.
El clan matrifocal y la organización humana arcaica
Para numerosos autores el clan matrifocal no es una forma de organización entre otras muchas posibles, sino la original que permitió nuestra consolidación en el tiempo como especie. Como nos movemos en el terreno de la hipótesis, no podemos afirmar con rotundidad que la primera forma de organización humana fuera la matrifocal, pero si que son numerosísimos los ejemplos que nos ofrece la etnología comparada. Desde que a mediados del siglo XIX, Lewis Henry Morgan presentará un exhaustivo trabajo sobre las líneas de parentesco de las culturas indígenas de America y Asia hasta la actualidad, han sido muchas las investigaciones que muestran un predominio de la matrifocalidad entre las culturas más antiguas del planeta.
El primer estudio moderno que profundizó en la hipótesis de que el clan matrifocal fue la primera forma de organización humana entre las culturas europeas fue Bachofen quien afirmaba que el matriarcado no pertenece a ningún pueblo determinado, sino a un estadio cultural primigenio.
En 1861 el suizo Joham Jacob Bachofen escribió su celebre obra El derecho materno. Bachofen, como jurista que era, emprendió una investigación multidisciplinar basándose principalmente en los escritos de numerosos escritores de la Grecia y Roma antiguas (Hesiodo, Pindaro, Ovidio, Virgilio, Horacio, Herodoto, Estrabón y en libros como la Iliada o la Odisea), para determinar que tipo de leyes imperaban en Europa antes del conocido como derecho romano basado en el pater familias. De todos estos autores recopiló información entre otros lugares sobre Creta, Egipto, India, Asia Central, África del norte, Cornisa Cantábrica,... dónde encontró evidencias sobre tradiciones comunalistas asociadas a culturas matrifocales regidas por lo que el denomino derecho materno, en contraposición al derecho romano. Aquellos rasgos culturales eran para Bachofen reminiscencias de una Europa indígena primigenia, en las que las matrias antecedieron a las patrias, y en la que la mujer ostentaba un protagonismo social y político que perduró hasta que irrumpieron las culturas patriarcales.
Habría que esperar hasta mediados del SXX para que la arqueología retomara el camino abierto por Bachofen, gracias a los hallazgos de James Meellart en Oriente Próximo y especialmente de Marija Gimbutas en Europa del Este. La arqueóloga lituana mediante estudios multidisciplinares que revolucionaron la forma de aproximarse a la prehistoria y que ella denominaba arqueomitología, cotejó los datos de mas de 3.000 yacimientos en el este de Europa compaginando el trabajo de campo, su labor docente en la Universidad de California y la redacción de algunos libros que sintetizaban las conclusiones de sus investigaciones. Gimbutas sacó a la luz un universo simbólico que demostraba lo que Bachofen había intuido 100 años antes y que contrastaba enormemente con el arte grecorromano que hasta entonces ocupaba el lugar central de los libros de historia. En las esculturas, pinturas y grabados de aquellas culturas pacificas y comunalistas preindoeuropeas, no aparecían armas, caudillos ni batallas, sino que abundaban las figuras geométricas asociadas a motivos vegetales y animalisticos. Pero por encima de todo, aparecieron estatuillas femeninas por miles, que eran para Gimbutas imágenes sagradas de una Gran deidad femenina que ocupaba el papel principal de la cosmovisión indígena europea.
Las hallazgos arqueológicas evidenciaban que el culto a esa divinidad era dirigido por mujeres sacerdotisas, pero sin indicar esto que hubiera ningún tipo de opresión sobre los hombres. No hay ningún indicador ni en el arte, ni en los enterramientos, ni en ningún otro aspecto que implique una dominación de género como las que posteriormente instaurarían las androcracias indoeuropeas y semitas sobre las mujeres. De hecho, y como hemos dicho anteriormente, Gimbutas insistía en la no utilización del término matriarcado, y proponía el de matrística (de matriz). Afirmaba que en la cultura de la Vieja Europa la identidad era grupal, y que posiblemente los hijos no eran propiedades de madres individuales. Ella hablaba de un clan matrístico de principios colectivistas sugiriendo que los hijos eran de todo el clan. Para Gimbutas, esta organización social y familiar había permanecido invariable entre los europeos desde el Paleolítico Superior hasta el Neolítico.
De la misma opinión es la antropologa Martha Moia, para quién la estructura social matrifocal representa la organización humana primigenia, que tiene su origen en los clanes humanos paleolíticos. Así nos lo cuenta:
“El primer vínculo social estable de la especie humana no fue la pareja heterosexual (mujer y varón) creada por el cazador, como sostiene la mayoría de científicos
sociales, sino el conjunto de lazos que unen a la mujer con la criatura que da a luz. El vínculo original diádico madre/criatura se expande al agregarse otras mujeres en estado de
gestación-crianza, y las que habían pasado por esas etapas (abuelas), para ayudarse en la tarea común de dar y conservar la vida. La misma circunstancia las auna, y el conocimiento compartido
permite que cristalice la solidaridad entre ellas. Se origina así el grupo social primario, compuesto por mujeres de varias generaciones y sus proles. Los lazos que establece la cópula en la
época arcaica son momentáneos e inestables, y no parecen haber sido el elemento fundacional del grupo.
[…] Con frecuencia se utiliza una metáfora para hablar de las relaciones que establecen los seres humanos y se dice que conforman la tela de la sociedad. En virtud del
papel que ha desempeñado la mujer […] podríamos decir que es la urdimbre o recto del hilo; el conjunto de hilos paralelos que se colocan en el telar para empezar la tela. Es el primer paso del
proceso, sin el que no podrían darse los demás. Por otra parte es la dirección del tejido que posee mayor resistencia […] El hombre al entrar en relaciones específicas con la mujer, conforma la
trama. La tela entones, es una función de enlace correcto de urdimbre y trama, estructura que es producto de la inserción de una dirección en la otra.
[…] El ginecogrupo (y no la pareja heterosexual) es la primera forma de organización humana, original y universal. Esto significa que no es un tipo de organización
cualquiera, sino la primera forma grupal que permite la consolidación de la especie en el tiempo […] Dicho de otra manera, no es un resto de una forma de organización entre varias posibles, sino
la original, a partir de la cual se derivarán todas las variables conocidas.” Martha Moia, “El no de las niñas”
Esta metafora que utiliza Martha Moia, estableciendo una analogía entre entre "el enlace correcto de urdimbre y trama" del telar y la relacion entre el hombre y la mujer en las sociedades humanas primigenias, está precisamente inscrita en la etimología de una lengua preindoeuropea, el euskera, en el que el concepto de "relación" se expresa mediante la palabra "harreman", compuesta en su etimología básica por ar (masculino) eme (femenino), pero que también podemos interpretar desde la manifestación dinámica de las dos energías principales que conforman el flujo de la vida, así tenemos: Har (tu) del verbo “coger, tomar” y eman, del verbo “dar, ofrecer”. Encontramos pues, en la etimología de esta palabra, una hermosa síntesis lingüística y filosófica de las dos polaridades energéticas de la naturaleza, cuya complementariedad (ar/eme) conforman la unidad primordial de todos los seres y procesos naturales (armonia) .
Algunos retales culturales de esta ancestral cosmovisión matrística preindoeuropea sobrevivieron precisamente entre los vascos y vascas hasta tiempos historicos recientes. Así lo cree Andrés Ortiz-Osés, quien ha profundizado más que ningun otro autor en la hipotesis de que el llamado modelo matrilineal vasco constituye una remininiscencia cultural de un tipo de organización social y familiar antaño compartida por todos los pueblos pre-indoeuropeos:
"Pensamos, en efecto, que en la cultura vasca anida un cierto resto latente matriarcal que, al tiempo que la define genéticamente, la coloca en correlación con la prodigiosa cultura aborigen mediterránea matriarcal, derruida sin embargo por las famosas invasiones indoeuropeas sobre el 2.000 a. C. La cultura vasca ancestral, aún hoy latente, significa pues un cierto reducto en el interior de las conquistas indoeuropeas.” Andrés Ortiz-Osés
Ortiz-Osés definió esta organización social y familiar vasca con el nombre de "matriarcalismo":
“Se entiende por matriarcalismo vasco la estructura psicosocial centrada o focalizada en el arquetipo matriarcal-femenino (mujer-madre) y su proyección en la Madre naturaleza divinizada (Mari) que impregna, coagula y cohesiona el grupo social tradicional vasco de un modo diferenciante respecto a los pueblos indoeuropeos patriarcales.”
Ortiz-osés no utiliza el término matriarcado porque “este implica una realidad social del mismo sentido que cuando se utilizada el término de patriarcado, una sociedad dominada por la Mujer o Madre. El matriarcado implicaría una realidad impositiva, mientras el matriarcalismo vasco es una estructura psicosocial compuesta por las siguientes subestructuras:
1. Subestructura psicomítica: La sociedad y la mitología gira en torno a la Gran Madre Mari, al tiempo que esta se encuentra representada en el hogar como la madre-mujer real o etxekoandre.
2. Subestructura social: la herencia y el parentesco se transmiten por la línea femenina, según Caro Baroja se debería al papel de la mujer como recolectora de los alimentos en el paleolítico o agricultura de azada en el neolítico.
3. Subestructura simbólico-lingüística: la realidad es articulada como flujo o devenir de la energía femenina (adur), que conjuran las
sorginak (sacerdotisas o brujas), frente a la consideración estática de la realidad patriarcal. El propio lenguaje ofrece en su interpretación primigenia de la realidad una marca-asignación de lo
matriarcal femenino, el conocido sufijo -ba.
4. Subestructura anímica: gran ligazón a la madre, tradición oral, fratrías o hermandades, la religión con un sentido envolvente o
totalizante del cosmos y de la existencia (izatea), autoridad materna, etc. Se podría hablar de un "matrismo" (comunalista) frente a un "patrismo" (individualizador )“ Andrés Ortiz-oses
“Matriarcalismo vasco”
El que los vascos siguieran un modelo matrilineal, al igual que el resto de pueblos preindoeuropeos, ha quedado inscrito como prueba irrefutable en el euskera (que no olvidemos es la ultima lengua viva pre-indoeuropea de Europa Occidental), a través de las palabras con las que nuestros antepasados describian las relaciones de parentesco. Así lo indicó, hace ya algún tiempo, Julio Caro Baroja refiriendose al sufijo -ba:
"La palabra que sirve para designar la hija es alaba, mientras que para decir hijo se emplea la voz seme. Para designar a la hermana del hombre úsase la de arreba y para el hermano de la mujer la de neba: por último, la hermana de la mujer es aizpa mientras que los hermanos entre sí son anaiak. Es decir, que cuando se trata de fijar el parentesco entre hermanos y hermanas aparece el sufijo ba, pero no al designar a los hermanos cuando no se habla de ellos sin referencias a las hermanas, no en el nombre de los hijos varones y sí en el de las hijas. Estos es notable y, en consecuencia, cabría pensar que nombres como el de osaba, oseba, osoba=tío; izaba, izeba=tía, y asaba=antepasado, se referían en un principio a la rama materna únicamente, que sería la más considerada y tenida en cuenta”. Julio Caro Baroja, "Sero no ser vasco."
Algunas culturas no patriarcales...
Es muy difícil hacernos una idea sobre como pudo ser la vida en las culturas matrísticas (ya que la mayor parte de nosotros/as hemos sido educados en valores contrapuestos). Sin embargo, aún
quedan en la actualidad algunas culturas que nos pueden ayudar en dicho sentido. Aquí van algunos ejemplos:
a) Los pueblos cazadores-recolectores: “Los pigmeos del Zaire celebran las primeras menstruaciones de las chicas
con una gran fiesta de gratitud y alegría. La mujer joven experimenta el orgullo y el placer, y todo el grupo demuestra su felicidad. (...) Dramper se impresionó por las relaciones distendidas y
igualitarias entre hombres y mujeres San, con su suavidad y respeto mutuo, tipo de relación que perdura, mientras los San continúan siendo recolectores cazadores.
Duffy ha descubierto que todos los niños de un campamento Mbouti llaman padre a todos los hombres y madre a todas las mujeres. Los niños de los
recolectores cazadores se benefician de más atención y cuidados y más tiempo de dedicación que los de las familias nucleares aisladas por la civilización. Taylor ha descrito un contacto
casi permanente con sus madres y con otros adultos de los que se benefician los niños bosquimanos. Los bebes Kung estudiados por Ainsworth presentan una precocidad marcada del desarrollo de
las primeras actitudes cognitivas y motrices. Eso se atribuye tanto a la estimulación favorecida por una libertad de movimientos sin trabas, como al nivel de calor y proximidad física entre los
padres/madres y los niños.
Draper ha podido observar que la competición en los juegos está prácticamente ausente entre los Kung, igual que Shostack observa que los chicos y
chicas Kung juegan de una manera parecida y comparten la mayor parte de las juegos. Ha descubierto también que no se prohíbe a los niños los juegos sexuales experimentales, esta situación es
pareja a la libertad de los jóvenes Mbouti durante la pubertad se libran con deleite y alegría a la actividad sexual preconyugal. Y los Zoumi no tienen ninguna noción de
pecado, como dice Ruth Benedict en la misma línea de ideas, la castidad como estilo de vida está mal considerada... las relaciones agradables entre sexos no son más que un aspecto
de las relaciones agradables entre humanos...La sexualidad es un hecho banal en una vida feliz." John Zerzan “Futuro primitivo”
b) Los Mosuo (China): “Los Mosuo tienen un asombroso sistema social en el que el matrimonio y la paternidad no existen
como tales [...] Se suelen agrupar tres generaciones de mujeres con sus respectivos hijos. Abuelas, madres e hijas viven bajo el mismo techo sin admitir la presencia de padres o maridos.
Solamente los tíos, hermanos, hijos y sobrinos[...] no existe el concepto del matrimonio [...] el sexo se practica de forma abierta y libre, solo hay que elegir pareja para pasar la noche [...]
mientras el matrimonio y la fidelidad son considerados como una herejía [...] no dan muestras de celos. Las tragedias amorosas latinas de amantes vengativos y atormentados les hacen reír. Parecen
pensar que el visitante se está burlando de ellos.¿Cómo es posible que alguien acabe con una preciosa vida por algo tan banal como el sexo?, se preguntan tras escuchar una historia truculenta de
amor y pasión occidental.
Hombres y mujeres están agrupados en lo que denominan partidos. Cuando un miembro joven del partido masculino y una integrante del femenino se sienten atraídos, pasan
algún tiempo de relaciones, trabajando juntos [...] reuniéndose en un amplio centro de recreo donde se encuentran cada tarde para bailar y cantar juntos. Los chicos regalan presentes [...] ellas
corresponden […] Una vez obtenida la aprobación de las venerables ancianas [...] el compromiso queda establecido. O sea que ya son pareja. Pero ni hablar de matrimonio. Son algo así como amigos
con derecho a roce. A partir de ahora se llamaran azhu, que significa querido compañero. Pero eso no significa que vayan a vivir juntos, ni mucho menos. El continúa en su casa
[...] y solo al ocaso se traslada a la de ella, donde tímidamente llama a la puerta para disfrutar juntos de la velada [...] a la mañana siguiente, el varón abandona la casa y regresa a la suya.”
Paka Diaz, “Los Mosuo: el último matriarcado”
c) Los sufís: "En la cosmogonía sufí, como en la tántrica, el universo es un inmenso océano de amor, la energía
vital que invade todos los cuerpos. Todos los seres, vivos o inanimados, son receptores y emisores de amor pero no son acumuladores. El amor no es un estanque, sino una corriente; sólo
existe el movimiento, y para que entre ha de estar saliendo: la llama amorosa ha de pasarse para que no se extinga. Si se quiere acumular, se escapa. Su paso por el cuerpo templa la
personalidad.
Desde esta filosofía sufí, la energía amorosa tal como se concibe hoy ha sido banalizada y desvirtuada: primero, porque en el amor, según la concepción sufí, no
se pueden dar los celos; y segundo, porque el amor siempre es desinteresado y los que dicen amar sin ser correspondidos, no aman, sino que están neuróticos. Vamos a aclarar estos dos
puntos.
En primer lugar, desde la perspectiva sufí, los celos son imposibles. El amor es un fenómeno sinérgico, es decir, no cumple el principio de conservación de la
energía. En la ley de la materia o la energía, cuando tengo 8 y doy 3 me quedo con 5; en la ley del amor, cuando tengo 8 y doy 3 me quedo con11. Esto es lo característico de fenómenos
sinérgicos, o multiplicadores de energía, como el conocimiento o el amor. En el conocimiento sucede que si doy una clase a 30 personas, mi conocimiento pasa a ellos (o a unos cuantos) y
yo, no sólo no lo pierdo, sino que normalmente lo aumento. Así es en el amor y por tanto para amar a una persona no he de quitar amor a otras. Además, no se puede amar a una sola persona:
o se ama a todo el universo, o lo que se llama amor es un egoísmo a dúo.
Por otra parte, desde la concepción del amor sufí, es imposible amar y pasarlo mal, porque el ser o no correspondido es irrelevante. Un amor no correspondido será
una irradiación pasajera que se lanza y de la cual se pasa a irradiar hacia otras cosas y personas. Empeñarnos en irradiar hacia una sola persona y que ésta nos corresponda, es
estancarnos en una neurosis obsesiva, lo cual no debe considerarse como un amor ejemplar y abnegado, sino como una estúpida negación de la vida. Hay tantos objetos de amor en el mundo,
que encerrarse en uno solo es atentar contra el propio flujo de la vida." Luís Racionero "Filosofías del Underground”
Casilda Rodrigañez
Para terminar este apartado y si quieres profundizar en lo expuesto hasta ahora, te propongo la imprescindible lectura del libro El asalto al Hades, de Casilda Rodrigañez. Si no puedes conseguir el libro, su contenido es accesible en la web de la autora. Los temas que aquí hemos tratado aparecen principalmente en el capítulo 2: La arqueología desnuda al patriarcado.
"Imaginémonos los grupos humanos formados no al lado, no en contra, no a pesar de los inconvenientes de la crianza, sino en función de ella, para protegerla y cuidarla como el bien más preciado del grupo. Ni tuya ni mía, las criaturas serían de los grupos humanos, no por ley, no por decreto establecido, sino por la cualidad de la energía libidinal. Por eso, su bienestar sería de hecho el de todos/as. Y si un grupo humano se pone a funcionar teniendo como lo primordial el bienestar inmediato y el cuidado de la pequeña criatura, recuperaría el impulso vital de búsqueda del bienestar; haría volver la sabiduría perdida, el impulso general por el cuidado de los demás que ha sido sustituido hoy por el afán de dinero y de éxito”. Casilda Rodrigañez, "El asalto al hades"