PROYECTO DIVULGATIVO SUARRA

SUARRA es un proyecto divulgativo que tomando como materia prima los textos e investigaciones que se presentan en esta web, pretende generar recursos didácticos en todo tipo de soportes (web, libros, artículos, videos, charlas,...) con el objetivo de contribuir a la reconstruccion de lo que aquí denominamos la cosmovisión indígena europea, la cual se desarrolló de manera plena durante el Paleolítico Superior y el Neolítico, y posteriormente en pequeños "islotes culturales" que sobrevivieron diseminados a lo largo y ancho de nuestro continente hasta tiempos históricos recientes. Esta primigenia forma de comprender, sentir y actuar sobre el mundo, que reune valores, tradiciones y mitos diametralmente opuestos a los de la llamada Civilización Occidental que hoy nos domina, es en esta web recompuesta en sus aspectos más fundamentales, los cuales no difieren en esencia a los de cualquier cultura indígena actual que aún mantenga la memoria de sus orígenes.

Así, según las evidencias del arte simbólico prehistórico y las mitologías arcaicas, una misma cosmovisión en torno a la sacralidad de la naturaleza y sus ciclos, fue compartida y transmitida generación tras generación durante un inmenso periodo cultural de más de 35.000 años, desde los cazadores-recolectores de la Era Glacial hasta las primeras culturas agrícolas sedentarias. Las evidencias de esta cultura primigenia pueden rastrearse por todo la inmensa area geografica en la que antaño habitaron las llamadas culturas pre-indoeuropeas: desde la Península Ibérica hasta Siberia, extendiéndose además por Oriente Próximo y llegando hasta el Valle del Indo.

 

Los hallazgos arqueológicos de los últimos años están demostrando que esta cosmovisión primigenia tuvo su origen a finales del Paleolítico Medio con la cultura neanderthal, cuyo universo simbolico (pinturas rupestres, enterramientos rituales, herramientas y técnicas, forma de vida,...) se fusionó posteriormente con la cultura del Homo sapiens durante el Paleolítico Superior, que a su vez evolucionó y siguió desarrollandose en el seno de la culturas agrícolas preindoeuropeas del Neolítico y la Edad del Bronce. Este inmensisimo periodo histórico fue finalmente interrumpido con el comienzo de las invasiones indoeuropeas, unas culturas que trajeron una nueva forma de comprender el mundo (jerarquización social, patriarcado, militarismo, antropocentrismo,...) cuya estructura fundamental se prolonga hasta nuestros días.

 

La clave para que esta cosmovisión indígena se desarrollara en un continuum cultural y temporal de miles de años initerrumpidos parece haber estado fundamentada en un modelo de organización social y familiar estructurado desde lo maternal (matrística, gylania, matricial, matrifocal, ...), así como en una espiritualidad naturalista que concebía nuestro planeta como un ser vivo dotado de consciencia propia y al que se veneraba como Gran Madre. Este modo de relación entre las personas, las comunidades y los pueblos, posibilitó el desarrollo de culturas basadas en la fraternidad y el apoyo mutuo, como así lo demuestra, entre otros, el extraordinario trabajo de reconstruccionismo cultural  de la arqueóloga Marija Gimbutas. Por tanto, he aquí un factor clave para las sociedades del futuro...

 

En este sentido, la existencia de una gran cultura pre-indoeuropea pacífica, comunal y matrifocal parecía hasta hace tan sólo unas décadas ser fruto de las leyendas románticas de un pasado idealizado. Sin embargo, este pasado robado está aflorando en nuestro presente como real y verdadero gracias al trabajo multidisciplinar de numerosos investigadores en campos como la arqueología, la lingüística o la mitología. Sin duda, hoy podemos afirmar, con seguridad y rigor, que efectivamente existió una era pre-patriarcal que demuestra que no es que otro mundo sea posible, sino que ya fue posible durante un periodo cultural infinitamente más amplio que toda la historia oficial que se enseña en nuestras escuelas.

 

Así, nuestros libros de historia y manuales escolares deberían reflejar que mucho antes de que surgieran las vanagloriadas civilizaciones egipcia, mesopotamica, griega o romana, ya existían en Europa culturas con un alto nivel de desarrollo (navegación a vela, uso extendido del telar, sistemas de irrigación, escritura pictórica, abundante producción artística,…), pero que no necesitaban ni de ejércitos, ni de esclavos para mantener su modo de vida. Aquellos primeros asentamientos agrícolas preindoeuropeos, algunos de hasta 20.000 habitantes, estaban ubicados en el centro de grandes valles abiertos, en lugares estratégicamente vulnerables, pero sin embargo carecían de muros defensivos y en los estratos arqueológicos no aparecen rastros de guerras durante periodos de más de dos mil años ininterrumpidos. En su arte colorido y naturalista (que denota un universo simbolico heredado de las culturas paleolíticas) tampoco aparece ni un solo motivo militar, y aunque conocían la metalurgia no la aplicaban para fabricar armas. Su organización social era matrifocal, sin ser esto indicativo de ningún tipo de dominio del género femenino sobre el masculino. Los restos arqueológicos muestran una sociedad que sin querer caer en la utopía, al menos podemos afirmar que, en gran medida, tendía hacia la equidad social.

 

El ocaso de este viejo mundo comenzó en Europa cuando aparecieron en escena los primeros pueblos militarizados indoeuropeos, quienes a lo largo de una transición de varios milenios consiguieron imponer una nueva forma de concebir el mundo que se prolonga hasta nuestros días a través de los valores imperantes en la llamada “civilización occidental”. Estas culturas, origen de la mayor parte de lenguas que se hablan hoy en el continente europeo, eran sociedades fuertemente jerarquizadas que se expandieron a sangre y fuego por Europa y Oriente Próximo. Su organización social era patriarcal, gobernada por jefes guerreros que adoraban a Dioses celestes masculinos que blandían el hacha o la espada como símbolos divinos con los que imponer por la fuerza sus designios.

 

A la expansión indoeuropea se le unió la de los pueblos semíticos en Oriente Próximo que crearon nuevas mitologías y religiones que otorgaban al ser humano el papel de dueño y señor de la naturaleza. Así por ejemplo, en el primer capítulo del Génesis, Dios se dirige a Moisés y le dice: Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra. Esta cosmovisión antropocéntrica y depredadora cristalizó en nuestro continente a través de la imposición del cristianismo romano y daría el salto hacia otras partes del planeta a través de los procesos coloniales que mostraron una crueldad inmisericorde sobre las poblaciones indígenas que aún conservaban la cosmovisión originaria humana. Finalmente y durante el último siglo, el modelo desarrollista de la llamada cultura occidental ha actuado como una gigantesca apisonadora sobre la naturaleza y las culturas humanas, dejando a nuestro planeta al borde del colapso. El asunto es serio: nos enfrentamos a nuestra propia supervivencia.

 

A pesar de todo esto, todavía quedan en la actualidad culturas indígenas que mantienen la memoria de sus orígenes, que han logrado preservar su lengua y costumbres ancestrales, y que siguen realizando sus ritos y ceremonias sagradas para comunicarse con las fuerzas de la tierra y el cielo. Ellos representan el último y frágil hilo que nos mantiene unidos a la originaria naturaleza humana, por lo que su voz debería ser un referente obligado en estos tiempos de búsqueda de un nuevo caminar para los pueblos de la Tierra. En este sentido, además de su oposición frontal a la maquinaria de progreso occidental, dichas culturas indígenas comparten la idea, expresada en sus visiones pero también en distintos foros internacionales, de que es necesario un cambio de paradigma cultural que implique una vuelta a los valores sagrados de las cosmovisiones primitivas.

 

Obviamente, este mensaje va dirigido especialmente hacia nosotros, los occidentales, quienes, según esta visión, debemos recuperar nuestras raíces culturales primigenias (indígenas) y, cuyo primer paso, bien podría pasar por recordar aquel inmenso periodo histórico de más de 30.000 años (del Paleolitico Superior al Neolítico) en el que la cosmovisión de los pueblos europeos aún estaba hermanada con el resto de culturas indígenas del planeta. Pero además, y aunque cueste creerlo por el gran tiempo transcurrido, aun sobreviven diseminados en el floklore, la mitología y las tradiciones de algunos pueblos europeos, pequeños islotes o retales culturales de aquel viejo mundo, que nos pueden ser de gran ayuda en el reconstruccionismo cultural de nuestro pasado, no con el fin de crear "reliquias" a venerar, sino como una forma de comprender el mundo que puede sernos de gran ayuda para transformar nuestro presente y caminar hacia el futuro.

 

En este sentido, fijaremos nuestra mirada especialmente en la cosmovisión ancestral del pueblo vasco, pues en ella aún son perfectamente identificables algunos aspectos generales de lo que un día fue la cosmovisión indígena europea. Así, además de ser el único pueblo de Europa Occidental que ha preservado su lengua nativa pre-indoeuropea, conservó también hasta bien entrado el SXX, vestigios de la religión naturalista de la Gran Diosa (Mari), de unas relaciones de parentesco matrifocales y de una organización social comunal con instituciones colectivas como el batzarre o el auzolan. De este modo, podemos reconocer cuatro grandes pilares culturales característicos de las culturas preindoeuropeas y que también están presentes en la cultura tradicional vasca:

 

1- El idioma y la tradición oral como ejes vertebradores de la cultura. Así el euskera (que define precisamente a los euskaldunak) es la última lengua nativa de Europa Occidental, una lengua preindoeuropea cuyo estudio etimológico y axiológico nos revela la forma de entender el mundo de nuestros ancestros: es el reflejo oral de la cosmovisión indígena europea.

 

2- La espiritualidad animista y la mitología simbólica en torno a la imagen de la Gran Diosa como personificación del universo. Y así el mito de Mari, como figura central del universo cosmológico vasco, nos mantiene aún conectados con la que fue la imagen central de la espiritualidad indígena europea, cuyo legado símbólico ha llegado hasta nuestros días a través de las miles de estatuillas femeninas (conocidas popularmente como “venus”) halladas en yacimientos del Paleolítico Superior, así como en templos y  lugares de culto del Neolítico  y la Edad del Bronce.

 

3- La estructura social matrifocal y el linaje matrilineal presentes en la cultura tradicional vasca hasta tiempos históricos recientes, son una muestra de lo que J.J. Bachofen definió como mutterrechtderecho materno (en contraposición al derecho romano del pater familias) o la arqueóloga Marija Gimbutas describió como un clan matrístico de principios colectivistas (en referencia a la estructura social y familiar preindoeuropea.) Andrés Ortiz-Osés lo bautizó como matriarcalismo vasco, una denominación local para referirse al mismo concepto que Ernest Borneman llamó matrística y Riane Eisler denominó Gylania.

 

4- El sentido comunal de la vida política y económica. Esta tendencia hacia la igualdad social se mantuvo en el mundo rural vasco hasta tiempos históricos recientes, a través de un derecho consuetudinario propio (Pirenaico), pero también mediante la autogestión de sus propios recursos a través de instituciones comunales como el batzarre (cuyo origen está en el concejo abierto en torno al árbol sagrado) y el auzolan (el trabajo colectivo en favor de la comunidad y en contraposición al trabajo individual asalariado).

 

Podemos afirmar por tanto, que la cosmovisión preindoeuropea vasca, cuyos vestigios se mantienen precisamente en el área geográfica dónde en el Paleolítico Superior se forjó la primera gran cultura simbólica de nuestro continente (arte franco-cantábrico), representa un punto de partida para el reconstruccionismo de la cosmovisión indígena europea. "Lo vasco" pasa así a dejar de ser un elemento "aislado" o "diferencial", para convertirse en un "punto de unión",  pues como hemos reseñado anteriormente, su cosmovisión reune los aspectos principales que bajo diversos nombres, formas y tradiciones, fueron compartidos por una gran amalgama de culturas preindoeuropeas que en un tiempo no tan lejano, habitaron un inmenso territorio que se extendía a lo largo y ancho del continente euroasiático.

 

Y así, un libro abierto en este sentido lo constituyen los fragmentos dispersos que han sobrevivido hasta nuestros días de la que un día fue la mitología indígena vasca, pues en ellos, aún se pueden vislumbrar, el significado originario de algunos de los más relevantes mitos que el cristianismo romano erigió como arquetipos de la maldad y la herejía (el infierno, la bruja, el dragón, el diablo…), y que en los mitos vascos tienen (o tuvieron) un significado radicalmente antagónico, es decir, que probablemente nos muestren su significado originario.

 

Así, el terrible infierno cristiano, en el que arden las almas de pecadores e impíos, era en su origen concebido entre los vascos como un lugar de regeneración y de gestación de la vida, una matriz ígnea desde dónde la Diosa Mari “paría” los seres y fenómenos naturales hacia el exterior. Por su parte, el diabólico y antropomorfo chivo que regía el infierno del imaginario mítico cristiano, fue en realidad para los vascos un numen de la fertilidad (Akerbeltz), cuya cabeza y cuernos evocaban los órganos reproductores femeninos (útero de Mari). Del mismo modo, la imagen de la bruja como mujer malvada y traicionera, fue un arquetipo patriarcal que nunca prendió del todo en el imaginario colectivo vasco, pues el pueblo conocía, de primera mano, el verdadero papel de las sorginas como sacerdotisas de la espiritualidad animista vasca. Finalmente, hoy también sabemos que el mito del despiadado dragón que mantiene cautivas a doncellas y princesas en infinidad de cuentos infantiles, se creó en realidad para desvirtuar y distorsionar su originario rol como amante de la Gran Diosa, como así lo atestigua la ancestral tradición oral vasca y otros mitos arcaicos como el de los pelasgos. En tierras vascas se le conoce principalmente como Sugaar, el culebro de fuego, aunque tambien recibe otros nombres como Sugoi, Maju o...SUARRA. Su figura representa la energía ignea que produce la chispa que prende la llama del espíritu de la vida.  Él es el nexo (axis mundi) entre el fuego de arriba (Mundo Celeste) y el fuego de abajo (Mundo subterraneo) en cuyo punto intermedio arde el fuego sagrado del hogar. Un ser (el dragón) de tal importancia en el imaginario mitico de las cosmovisiones indigenas europeas, que todas las religiones patriarcales crearon mitos y leyendas en las que su respectivo heroe se encargaba de matarlo. Sin embargo, aquí estamos en pleno SXXI intentando recomponer nuevamente su significado originario y con él, a la cultura y cosmovisión aborigen de la que formaba parte. El dragón ha vuelto. Larga vida al dragón!

 

Guillermo Piquero.

 

Coordinador del Proyecto divulgativo Suarra

 


Esquema de contenidos de la web

Atendiendo a lo expuesto en el apartado anterior, los contenidos que se exponen en esta web han sido concebidos como una herramienta didáctica y divulgativa que contribuya, en primer lugar, a dar a conocer los rasgos principales de la naturaleza humana arcaica, así como de la cosmovisión que permitió su desarrolló cultural en el tiempo. En segundo lugar, comprender los procesos históricos que condenaron a dichas culturas aborigenes europeas a desaparecer o a hibridarse con otras diametralmente opuestas (indoeuropeas y semíticas) y que representaron la genesis cultural de lo que hoy conocemos como Civilización Occidental. Y en tercer lugar, utilizar como "nexo" cultural con la cosmovisión indigena europea a la cultura tradicional vasca, pues en esta última han perdurado, hasta tiempos históricos recientes, elementos clave del universo simbólico pre-indoeuropeo que nos ofrecen valiosísimas "pistas" para recomponer nuestras raices culturales primigenias. De este modo, hemos estructurado la web en tres apartados fundamentales:

 

1. LA PRIMERA PARTE, titulada El Paleolítico y la naturaleza humana arcaica es un acercamiento a la cosmovisión de las culturas humanas del Paleolítico Superior a través de las diversas evidencias arqueológicas, etnográficas o antropológicas que han llegado hasta nuestros días. Además, se incluyen numerosas referencias a culturas indígenas de otras latitudes y tiempos históricos distintos, pues la etnografía comparada se ha mostrado fundamental para recomponer muchos de los enigmas sobre nuestro pasado.

 

2. LA SEGUNDA PARTE, titulada El Neolítico: De la Matrística a los Imperios Patriarcales, nos muestra la verdadera naturaleza (pacífica, igualitaria y matrifocal) de las primeras culturas del neolítico europeo, así como los procesos históricos que provocaron su desaparición y el surgimiento de una nueva cosmovisión (jerarquización, patriarcado, militarismo, antropocentrismo,...) que aún hoy en día prevalece en la llamada Civilización Occidental.

3. LA TERCERA PARTE, titulada Mitología vasca: un nexo con la cosmovisión indigena europea. Así, resulta sorprendente, como entre los fragmentos dispersos que han sobrevivido hasta nuestros días de la ancestral mitología vasca, se puede descubrir el significado originario de cada uno de los más relevantes mitos que la religión cristiana erigió como arquetipos de la maldad y la herejía: el infierno, la bruja, el dragón, el diablo,… y que en la mitología vasca tienen (o tuvieron) un significado antagónico (pre-indoeuropeo). Y como no, el hilo conductor del relato lo constituye el mito de Mari, la ultima gran reminiscencia cultural de la Gran Diosa del universo simbólico indigena europeo.

 

Pasen y vean...

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