1) Las culturas preindoeuropeas
2) Los orígenes culturales de la Civilización Occidental
3) Cosmovisión indígena y cultura tradicional vasca: un cambio de paradigma cultural
1) Las culturas preindoeuropeas
La existencia de una gran cultura aborigen europea de la que la llamada cultura tradicional vasca es heredera, parecía hasta hace tan sólo unas décadas ser fruto de las leyendas románticas de un pasado idealizado. Sin embargo, este pasado robado está aflorando en nuestro presente como real y verdadero, a tenor de innumerables evidencias científicas que han salido a la luz durante las últimas décadas, en campos diversos como la arqueología, la lingüística o la genética. Sin duda, hoy podemos afirmar, con seguridad y rigor, que efectivamente existió una Era Preindoeuropea que demuestra que no es que otro mundo sea posible, sino que ya fue posible durante un periodo cultural mucho más amplio que toda la historia oficial que se enseña en nuestras escuelas. Este pasado robado, hasta ahora escondido de nuestra memoria colectiva, muestra las verdaderas raíces culturales de nuestro continente, unas raíces que nos hermanan culturalmente con el resto de pueblos indígenas del planeta y nos animan a recuperar dicha cosmovisión originaria no por un mero ejercicio de romanticismo, sino en pos de la reconexión con nuestras raíces culturales primigenias.
El término “indoeuropeo” comenzó a utilizarse a mediados del SXIX en el ámbito de los estudios lingüísticos para definir a una serie de lenguas, pertenecientes a una misma familia idiomática, cuya influencia geográfica se extendía originariamente y como nos indica el propio término, desde el Valle del Indo hasta Europa occidental. De estas lenguas se supone que descienden la inmensa mayoría de las que actualmente se hablan en en nuestro continente.
Posteriormente se descubriría que los pueblos que originariamente hablaban dichas lenguas, así como la cultura de substrato común que compartían, no eran originarios de dicho espacio geográfico, sino que se impusieron gradualmente sobre las poblaciones autóctonas de dicho territorio durante un largo proceso histórico de muchos siglos (invasiones indoeuropeas) que comenzó a desarrollarse hace aproximadamente unos seis mil años. A estas culturas indígenas, anteriores (pre-) a la llegada de los indoeuropeos, se las denomina en el mundo académico bajo el genérico nombre de "preindoeuropeas"
Actualmente el uso del término “preindoeuropeo” ha trascendido el mero estudio de la evolución de las lenguas y se utiliza también para definir a todas aquellas cosmovisiones y mitologías anteriores a la llegada del nuevo imaginario mítico (belicista y patriarcal) que trajeron consigo los invasores indoeuropeos. Hasta entonces, las evidencias arqueológicas son bastante explicitas sobre la existencia de una ancestral cosmovisión naturalista que, en oposición simbólica a las deidades patriarcales indoeuropeas, tenía como figura central de su panteón mitológico a una Gran Diosa que personificaba los ciclos de vida, muerte y regeneración de la naturaleza.
“La Diosa de la Fertilidad o Diosa Madre es una imagen mucho más compleja de lo que la gente piensa. No solo era la Diosa Madre que controlaba la fertilidad, o la Dama de las Bestias que gobierna la fecundidad de los animales y de toda la naturaleza salvaje, sino una imagen compuesta con rasgos acumulados de las eras pre-agrícola y agrícola. Durante esta última se convirtió esencialmente en la Diosa de la Regeneración, esto es, una Diosa Luna, producto de una comunidad sedentaria y matrilineal que abarcaba la unidad arquetípica y la multiplicidad de la naturaleza humana. Ella era la fuente de vida y de todo lo que producía fertilidad y, al mismo tiempo, era la poseedora de todos los poderes destructivos de la naturaleza. La naturaleza femenina, como la Luna, tiene su cara positiva y su cara negativa.” Marija Gimbutas, “Diosas y dioses de la Vieja Europa.”
Las evidencias arqueológicas del arte prehistórico (estatuillas, grabados, pinturas…), asociadas a los estudios sobre el folclore y las mitologías arcaicas, parecen demostrar que esta cosmovisión aborigen que tenía como elemento central de su espiritualidad naturalista a una Gran Diosa, se desarrolló de forma continuada en nuestro continente durante un inmenso periodo de tiempo que abarcó todo el Paleolítico Superior y el Neolítico, para posteriormente, y debido al surgimiento de las nuevas civilizaciones y religiones patriarcales, ir desapareciendo paulatinamente durante la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, hasta pervivir, a partir de entonces, en pequeños y diseminados “islotes culturales” a lo largo de la geografía europea durante los últimos dos mil años. Por lo que los mitos, ritos y tradiciones que han conseguido pervivir hasta hoy en día en dichos “islotes culturales”, son claves para quién intente reconstruir, desde la actualidad, aquella cosmovisión arcaica. (Véase Mari)
Desde un punto de vista social y antropológico, las culturas preindoeuropeas nos muestran que mucho antes de que surgieran las vanagloriadas civilizaciones egipcia, mesopotámica, griega o romana, ya existían en Europa culturas con un alto nivel de desarrollo (navegación a vela, uso extendido del telar, sistemas de irrigación, escritura pictórica, abundante producción artística,…), pero que no necesitaban ni de ejércitos, ni de esclavos para mantener su modo de vida. Aquellos primeros asentamientos agrícolas preindoeuropeos, algunos de hasta 20.000 habitantes, estaban ubicados en el centro de grandes valles abiertos, en lugares estratégicamente vulnerables, pero sin embargo carecían de muros defensivos y en los estratos arqueológicos no aparecen rastros de guerras durante periodos de más de dos mil años ininterrumpidos. En su arte colorido y naturalista tampoco aparece ni un solo motivo militar, y aunque conocían la metalurgia no la aplicaban para fabricar armas. Su organización social era matrifocal, sin ser esto indicativo de ningún tipo de dominio del género femenino sobre el masculino. Los restos arqueológicos muestran una sociedad que sin querer caer en la utopía, al menos podemos afirmar que, en gran medida, tendía hacia la equidad social.
El arqueólogo griego Nikolaos Platon, resume a continuación las características principales de la cultura preindoeropea de la isla de Creta. Una descripción que puede considerarse como perfectamente extrapolable al resto de áreas culturales que conformaban la Civilización de la Vieja Europa:
“Su cultura parece haber sido básicamente igualitaria, pacífica, próspera y jovial. Sus ciudades carecían de muros defensivos, y en su arte no se aprecian escenas de violencia. Aquí la sucesión se transmitía por línea femenina y el conjunto de la vida estaba impregnado por una ardiente fe en la Diosa Naturaleza (...) Asoma una cultura basada en la celebración de la vida. No hay hordas ni estados sino poblaciones autónomas de varios miles de habitantes; se conoce la metalurgia, pero no se aplica para fabricar armas; no se levantan fortificaciones ni hay signos de violencia, pero existe un arte floreciente... su culto está guiado por mujeres y la descendencia pasa por línea femenina, pero no hay dominio sobre los hombres sino igualdad entre los sexos”. Nikolaos Platon, “Creta.”
Esta cosmovisión neolítica no fue un atributo único de las culturas de la Vieja Europa neolítica, sino que a tenor de la similitud entre las expresiones artísticas halladas en yacimientos arqueológicos de un inmenso espacio geográfico que abarca desde la Europa Atlántica hasta el Valle del Indo, parece evidenciar que una misma forma de comprender y actuar sobre el mundo fue compartida, en sus aspectos esenciales, por todas las culturas del la Era neolítica pre-indoeuropea. Así, por ejemplo, si tomamos como referencia al área geográfica preindoeuropea más distante de la Vieja Europa, la llamada Civilización del Valle del Indo, descubriremos como la cultura indígena drávida desarrolló una civilización gilánica muy similar a la que tuvo lugar en nuestro continente. En este sentido, Andrew Robinson, autor del libro “The Indus: Lost civilizations”, resumía así las características de esta cultura en un artículo para la revista New Scientist:
“La civilización del Indo floreció aproximadamente entre el 2600 y el 1900 a. C. Se han encontrado más de mil asentamientos que cubren al menos 800.000 kilómetros cuadrados de lo que ahora es Pakistán, India y Afganistán (…) Todas las señales apuntan a una sociedad próspera y avanzada, una de las más grandes de la historia. Tenía un vigoroso comercio de exportación marítima a través del Mar Arábigo, y los arqueólogos han encontrado objetos hechos en el valle del Indo en ciudades mesopotámicas como Ur y Akkad. Las dos ciudades más grandes del Indo, Harappa y Mohenjo-daro, contaban con una planificación de calles y alcantarillado dignos de los tiempos modernos, incluidos los inodoros más antiguos del mundo y un impresionante tanque de agua de ladrillo conocido como el Gran Baño. (….) Las principales ciudades no muestran signos claros de estar fortificadas. No se han encontrado armaduras ni armas indiscutiblemente militares, a diferencia de cuchillos, lanzas y flechas diseñadas para cazar animales. Tampoco hay evidencia del caballo, un animal muy adecuado para grupos de asalto, que luego se hizo común en la región. En casi un siglo de excavaciones, los arqueólogos han descubierto solo una representación de humanos luchando, y es una escena en parte mítica que muestra una deidad femenina con cuernos de cabra y cuerpo de tigre.(…) Hay una ausencia total de conspicuos palacios reales y grandes templos, no hay una representación monumental de reyes y otros gobernantes, no hay mucha diferencia entre las casas de ricos y pobres, no hay señales de dietas diferentes en los huesos de los esqueletos enterrados y no hay evidencia de esclavitud.” Andrew Robinson, “The Indus: Lost civilizations”
Numerosos investigadores entre los que podríamos citar a Riane Eisler, Joseph Campbell, Casilda Rodrigañez o Josu Naberan, encuentran una evidente relación directa entre la fraternidad de aquellas culturas primigenias europeas y el hecho de que, todas ellas, se sustentaban en un modelo de organización social y familiar estructurado desde lo maternal (matrística, gilania, matriarcalismo,...). Dicho modelo de organización social habría venido desarrollándose ininterrumpidamente desde el Paleolítico Superior y por tanto, no sería una forma de organización entre otras muchas posibles, sino la original que permitió nuestra consolidación en el tiempo como especie.
Según esta hipótesis, los grupos humanos de la prehistoria estaban estructurados a partir de un núcleo central formado por mujeres de varias generaciones y sus proles. La sabiduría sagrada femenina, transmitida generación tras generación entre abuelas, madres, hijas y nietas permitía el trasvase de conocimientos sobre la crianza de las nuevas generaciones, así como de los “misterios” de la concepción y el parto. Junto al grupo femenino, interactuaban y se entrelazaban los hombres, en aras de mantener el bienestar y el equilibrio de la comunidad mediante el apoyo en la crianza, la caza o la protección ante posibles amenazas. Por tanto, cuando hablamos de matrística o de matrifocalidad no estamos hablando de una estructura de poder femenino, sino de un sistema de organización comunitario que propicia todo lo contrario: una tendencia hacia la equidad entre los géneros, a pesar de que cada uno de ellos suela realizar labores bien diferenciadas.
Desde que a mediados del siglo XIX, Lewis Henry Morgan presentará un exhaustivo trabajo sobre las líneas de parentesco de las culturas indígenas de América y Asia hasta la actualidad, han sido muchas las investigaciones que muestran un predominio de la matrifocalidad entre las culturas más antiguas del planeta. Una de las más conocidas es la del suizo Johann Jakob Bachofen, quien afirmaba que "el matriarcado no pertenece a ningún pueblo determinado, sino a un estadio cultural primigenio." Así, en 1861 escribió su celebre obra El derecho materno, una investigación multidisciplinar basada principalmente en los escritos de numerosos autores de la Grecia y Roma antiguas (Hesiodo, Pindaro, Ovidio, Virgilio, Horacio, Herodoto, Estrabón y en libros como la Ilíada o la Odisea), para determinar que tipo de leyes imperaban en Europa antes del conocido como derecho romano basado en el pater familias. De todos estos autores recopiló información entre otros lugares sobre Creta, Egipto, India, Asia Central, África del norte, Cornisa Cantábrica,... dónde encontró evidencias sobre tradiciones comunalistas asociadas a culturas matrifocales regidas por lo que el denomino "derecho materno" (en contraposición al derecho romano). Aquellos rasgos culturales eran para Bachofen reminiscencias de una Europa indígena primigenia, en las que las matrias antecedieron a las patrias, y en la que la mujer ostentaba un protagonismo social y político que perduró hasta que irrumpieron las culturas patriarcales, quienes a lo largo de una transición de varios milenios consiguieron imponer una nueva forma de concebir el mundo cuya estructura fundamental se prolonga hasta nuestros días a través de los valores hoy imperantes en la llamada Civilización Occidental.
2) Los orígenes culturales de la Civilización Occidental
Hoy podemos afirmar que el choque histórico entre los complejos culturales preindoeuropeo e indoeuropeo, supuso un vuelco de extraordinarias consecuencias en la historia de nuestro continente. Conocerlo en profundidad es también indagar en las raíces culturales primigenias de lo que hoy denominamos Civilización Occidental y nos ayuda a entender nuestro presente como una consecuencia evolutiva de aquellos procesos históricos en los que las sociedades indoeuropeas se expandieron a sangre y fuego por Europa y Oriente Próximo, imponiendo una nueva forma de concebir el mundo (cosmovisión) cuya estructura fundamental (militarismo, patriarcado, jerarquización social, …) se prolonga hasta nuestros días.
La zona geográfica de la que procedían estos pueblos, se conoce como Estepa Póntica, y según la "Hipótesis de los kurganes" representaría el lugar originario (urheimat) desde dónde se expandió la lengua madre de los idiomas indoeuropeos que actualmente se hablan en la mayor parte de Europa. Los kurgos vivían en asentamientos elevados fortificados (castros) y eran sociedades ganaderas fuertemente jerarquizadas que se expandieron a sangre y fuego por Europa y Oriente Próximo a lomos de sus caballos y de sus carros de guerra. Su organización social era patriarcal, gobernada por jefes guerreros que adoraban a Dioses celestes masculinos y que blandían la maza, el hacha o la espada como símbolos divinos. Así nos explica la escritora Casilda Rodrigañez la irrupción en Europa de los invasores indoeuropeos:
"El tipo de sociedad esclavista que consiguieron imponer las oleadas de pastores seminómadas indoeuropeos que empezaron a asolar las antiguas aldeas y ciudades matrifocales, a partir del 4.000 a.C., al principio esporádicamente, no buscaban el bienestar y la armonía sino la dominación para extraer, acaparar y acumular las producciones de la vida; es decir, crear Poder, a cualquier precio, con toda la violencia necesaria y con los quebrantamientos de la autorregulación de la vida que sus objetivos requirieran, con tal de sedimentar su Poder contra esta vida humana autorregulada. Para esto, para devastar, luchar, conquistar, expoliar y acaparar se requiere un tejido social distinto del que se crea para el bienestar y conservación de la vida, partiendo de lo maternal. Un tejido de guerreros, de jefes de guerreros, de linajes de guerreros, de esclavos, de jefes de esclavos, de líneas de mandos, de mujeres disciplinadas y dispuestas a acorazar y adiestrar criaturas, es decir, de cambiar la maternidad por la construcción de los linajes verticales y organizar la crianza de esos futuros guerreros dispuestos a matar y esclavos dispuestos a dedicar sus vidas a trabajar para los amos.” Casilda Rodrigañez, "El asalto al Hades"
Las investigaciones académicas más relevantes en torno a todo este proceso histórico se las debemos a la antropóloga y arqueóloga Marija Gimbutas. Su ya famosa “Hipótesis de los kurganes”, como teoría que explica la expansión en nuestro continente no solo de las lenguas indoeuropeas, sino también de una cosmovisión militar y patriarcal hasta entonces inexistente en Europa, ha sido durante las últimas décadas objeto de grandes controversias. Sus detractores esgrimían que afirmar, como lo hacía Gimbutas, que existió una Gran Civilización indígena pre-indoeuropea que no conocía las guerras, de sesgo matrístico y que tenía una gran deidad femenina como pilar central de su cosmovisión era idealizar en exceso nuestro pasado.
Sin embargo, hoy en día (y para sorpresa y perplejidad de muchos), sus teorías están siendo confirmadas y refrendadas por numerosas estudios científicos. Así, entre muchos, podríamos citar los arqueogenéticos de la Universidad de Harvard (David Reich, 2018) o los arqueolinguisticos de la Universidad de Berkley (Chang, Cathcart, Hall, Garrett, 2015). Del mismo modo, el reputado arqueólogo Colin Renfrew,, cuyas investigaciones fueron tomadas durante décadas como referenciales por los detractores de Gimbutas, reconoció públicamente en una reciente conferencia en el Oriental Institute de la Universidad de Chicago, que Marija Gimbutas estaba en lo cierto cuando planteó su famosa “hipótesis de los Kurganes”.
Pero además de la influencia cultural indoeuropea, en la génesis cultural de la denominada Civilización Occidental debemos de tener en cuenta otro proceso histórico paralelo. Nos estamos refiriendo a las invasiones de los pueblos semíticos en Oriente Próximo, que desembocaron en el surgimiento de nuevas mitologías y religiones que otorgaban al ser humano el papel de dueño y señor de la naturaleza. Así por ejemplo, en el primer capítulo del Génesis, Dios se dirige a Moisés y le dice: Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra. Esta cosmovisión antropocéntrica y depredadora, que representaba una antítesis simbólica y filosófica respecto a la cosmovisión naturalista preindoeuropea, cristalizó en nuestro continente a través de la imposición del cristianismo romano y dio “el salto” hacia otras partes del planeta a través de los procesos coloniales que mostraron una crueldad inmisericorde sobre las poblaciones indígenas que aún conservaban la cosmovisión originaria humana.
Sobre la similitud cultural entre indoeuropeos y semíticos, el arqueólogo estadunidense James Mallory apunta:
“Tanto los pueblos indoeuropeos como los pueblos semíticos tenían estructuras sociales rígidamente patriarcales. En sus ritos eran frecuentes las invocaciones a los dioses de la tribu, de la guerra y de la conquista. Muy similares fueron los conflictos sociales y espirituales que generó su encuentro/choque con las poblaciones (agrícolas y gilánicas) que vivían en Europa y el Oriente Medio en la época de sus invasiones. Al igual que en la Vieja Europa preindoeuropea, también Mesopotamia conserva la memoria de un tiempo de paz y abundancia, bruscamente interrumpido; también los sumerios veneraban a una Diosa Creadora similar a la de sus vecinos, los elamitas." James P. Mallory, “Encyclopedia of Indo-European Culture”.
A diferencia de las invasiones indoeuropeas en el continente Europeo, de la que carecemos de documentos que narren lo que allí sucedió, en Oriente Próximo si tenemos distintos testimonio escritos de lo allí acaecido. Así, la época gloriosa que nuestros libros de historia dedican a los Imperios babilónico y asirio fue en realidad un tiempo histórico de crueldad sin límites, como así lo muestra el aterrador arte asirio y numerosos testimonios que recoge la literatura sagrada semítica de la época, como por ejemplo el atribuido al último gran Rey Asirio, Asurbanipal (668-626 a.C.):
“Entonces yo, como ofrenda para Senaquerib, aré viva a esta gente. Su carne di de comer a los perros, los cerdos, los buitres, las águilas; […] Tome los cadáveres de la gente a la que Erra había derribado y aquellos cuyas vidas habían sido abatidas por el hambre y la hambruna […] aquellos huesos yo saqué de babilonia, Kuta y Sippar y los arrojé en montones.” Asurbanipal, “Anales”
Igualmente otro testimonio escrito que puede considerarse como representativo de lo que sucedió cuando los pueblos semíticos hebreos penetraron en Canaán, lo encontramos en el libro de Josué (Antiguo Testamento), dónde Yahvé como un poderoso dios tribal, guía a su pueblo hacia la tierra que ha escogido para ellos y se dirige a Moisés instruyéndole en el arte de la guerra:
“Yahvé tu Dios la entregará en tus manos, y pasarás a filo de espada a todos sus varones; las mujeres, los niños, el ganado, todo lo que haya en la ciudad, todos sus despojos, los tomarás como botín. (...) En cuanto a las ciudades de estos pueblos que Yahvé tu Dios te da en herencia, no dejarás nada con vida, sino que lo consagrarás al anatema: a hititas, amorreos, cananeos, ferezeos, heveos y jebuseos, como te ha mandado Yahvé tu Dios.” (Dt 20, 13-17).
Estos testimonios escritos de las literaturas sagrada asiria y hebrea, nos muestran las características fundamentales de una aterradora cosmovisión que estaba en las antípodas de la de sus predecesores preindoeuropeos. No es muy difícil deducir mediante un sencillo ejercicio de empatía que, a consecuencia del nuevo fenómeno cultural de la guerra, el miedo pasó de ser una emoción esporádica a ser un sentimiento que lo impregnó todo, obligando a las ciudades a abandonar los valles para crear fortificados asentamientos en lugares estratégicamente defensivos.
“Resulta esencial distinguir entre la visión y los valores de las tribus indoeuropeas y semitas, y los de aquellos pueblos que habían sido agricultores asentados durante miles de años, aparentemente de forma más o menos pacífica. Nada menos que nuestra visión de la naturaleza humana está en juego. ¿Hemos de atender a los valores destructivos de estas tribus como específicos de su propia experiencia de la vida, o como representativos de toda la raza humana? (...) Como herederos de ambas experiencias, la del Neolítico y la de la Edad del Bronce tenemos dos "almas históricas" dentro de nosotros, una con la visión de la vida que prevaleció antes de la Edad del Bronce, y la otra, fraguada en el crisol de aquella edad aterradora. Es posible que hayamos aceptado, de forma acrítica que sólo una de esas visiones es intrínseca a la naturaleza humana (el paradigma de "los vencedores") antes que preguntarnos si fue algo que nos fue impuesto hace tanto tiempo que ahora parece natural." Anne Baring y Juleh Cashford, “El mito de la Diosa”.
Estos dos focos culturales, el indoeuropeo y el semítico, pueden considerarse la raíz cultural primigenia de los valores y cosmovisiones en los que se fundamenta la llamada Civilización Occidental actual: patriarcado, militarismo, jerarquización social, antropocentrismo,… Conocer dichos procesos históricos y situarlos temporalmente en nuestro imaginario histórico es importante para comprender que la guerra, la conquista y la devastación no han sido siempre los “motores” de la historia, ni son intrínsecos a la naturaleza humana, sino que aparecen en ese momento histórico concreto. El descubrir por qué se produjo este cambio radical en la cosmovisión de aquellas sociedades humanas, quizás pueda ofrecernos algunas de las claves fundamentales para poder revertir el rumbo que, desde aquella época, tomaron algunas culturas humanas para imponerse sobre el resto.
3) Cosmovisión indígena y cultura tradicional vasca: un cambio de paradigma cultural.
Hoy en día, la autodenominada Civilización Occidental ha terminado por expandirse como una enorme mancha de aceite por la mayor parte de rincones de nuestro planeta. Prácticamente no quedan lugares en la Tierra en los que con mayor o menor presencia, esta forma de concebir el mundo, no haya mostrado alguna de sus interrelacionadas caras: La fe en el progreso (desarrollo industrial y tecnológico), materialismo (dinero, mercancías y bienes materiales), antropocentrismo (el ser humano como dominador del resto de seres vivos), racionalismo científico (predominio de la ciencia sobre el saber tradicional), patriarcalismo (dominación de lo masculino sobre lo femenino), militarismo (dominación de unos sobre otros a través de las armas), etc.
Se mire desde el ángulo que se mire, el hecho objetivo es que las consecuencias de querer imponer esta forma de concebir el mundo sobre las culturas humanas de nuestro planeta ha provocado una crisis sin precedentes en tres niveles paralelos: humanitario, económico y ecológico. Esta crisis global y civilizatoria es de tal envergadura, que está poniendo en riesgo la propia vida de nuestro planeta. Todo esto nos permite afirmar, en definitiva, que lo que verdaderamente está en crisis es la propia civilización occidental y su actual modelo social, político y económico, pues lejos de ofrecer soluciones a este callejón sin salida, nos sigue adentrando en mayores cotas de desequilibrio y colapso.
En contraposición a todo esto, todavía existen en la actualidad culturas indígenas que mantienen la memoria de sus orígenes, que han logrado preservar su lengua y costumbres ancestrales, y que siguen realizando sus ritos y ceremonias sagradas para comunicarse con las fuerzas de la Tierra y el Cielo. Ellos representan el último y frágil hilo que nos mantiene unidos a la originaria naturaleza humana, por lo que su voz debería ser un referente obligado en estos tiempos de búsqueda de un nuevo caminar para los pueblos de la Tierra. Así, además de su oposición frontal a la maquinaria de progreso occidental, dichas culturas indígenas comparten la idea, expresada en sus visiones pero también en distintos foros internacionales, de que es necesario un cambio de paradigma cultural que implique una vuelta a los valores sagrados de las cosmovisiones arcaicas.
Como ejemplo representativo de este posicionamiento indigena, fijaremos nuestra mirada en la cultura Hau de no sau nee, nombre nativo para designar a la ‘Confederación de Seis Naciones’ o ‘Iroqueses’, que agrupa a: Mohawks, Oneidas, Onondagas, Cayugas, Senecas y Tuscaroras. Estos pueblos son originarios del noreste de Norteamérica, pero en ellos encontramos grandes paralelismos con las culturas preindoeuropeas de la Vieja Europa. Su estructura social (matrifocal) ha sido estudiada con mucha curiosidad y dedicación por numerosos autores, ya que posibilita relaciones horizontales entre los seres humanos y evita que una jerarquía vertical establezca relaciones de poder en la comunidad. En 1977 formularon tres documentos que agrupados bajo el título Basic Call to Consciousness, (Llamada vital a la consciencia. Mensaje de los Hau de no sau nee al mundo occidental) sintetizan magistralmente su visión del cosmos y de la naturaleza, así como de los procesos históricos que desembocaron en el surgimiento de la cosmovisión antropocéntrica de la Civilización Occidental. Dichos documentos fueron presentados en la sede de las Naciones Unidas en Ginebra (momento que recoge la fotografía). Este es un pequeño extracto del primero de ellos: "Spiritualism: The highest form of political consciouness".
"‘Hau de no sau nee’, o ‘Confederación de las Seis Naciones Iroquesas’, ha existido en esta tierra desde el comienzo de la memoria humana. Nuestra cultura está entre las más antiguas culturas de existencia continua en el mundo. Nosotros recordamos todavía los más antiguos hechos de los seres humanos. Recordamos las instrucciones originales de los Creadores de Vida en este lugar que llamamos Etenoha: Madre Tierra. (...) En el comienzo, nos fue dicho que los seres humanos que caminan sobre la Tierra han sido provistos con todas las cosas necesarias para la vida. Se nos instruyó para portar amor del uno al otro, y para demostrar un gran respeto por todos los seres de esta Tierra. Se nos mostró que nuestra vida existe con la vida arbórea, que nuestro bienestar depende del bienestar de la vida vegetal, que somos parientes cercanos de los seres de cuatro patas. En nuestra cultura, la consciencia espiritual es la forma política más elevada.(...)
El proceso que ha venido a ser la cultura de Occidente es histórica y lingüísticamente una cultura Semítico-indoeuropea, pero ha sido comúnmente definido como tradición Judeo-Cristiana.(...) La cultura Occidental ha sido horriblemente explotadora y destructora del Mundo Natural. (...) El estilo de vida conocido como Civilización Occidental está en una senda mortal para el que su propia cultura carece de respuestas viables. Cuando se enfrenta con la realidad de su propia destructividad, sólo atina a avanzar a terrenos de destrucción más eficientes. (...)
La mayoría del mundo no tiene sus raíces en la cultura o las tradiciones Occidentales. La mayoría del mundo tiene sus raíces en el Mundo Natural, y es el Mundo Natural, y las tradiciones del Mundo Natural, las que deben prevalecer si es que queremos vivir en sociedades verdaderamente libres y equitativas. (...) La gente que vive en este planeta necesita romper con el estrecho concepto de la liberación humana, y comenzar a ver la liberación como algo que ha de extenderse a todo el Mundo Natural. Es necesaria la liberación de todas las cosas que sustentan la Vida -el aire, las aguas, los árboles-, todas las cosas que sustentan la red sagrada de la vida. (...)
Los pueblos nativos tradicionales tienen la clave para revertir los procesos con los que la Civilización Occidental promete un inimaginable futuro de sufrimiento y destrucción. El espiritualismo es la forma más elevada de la consciencia política. Y nosotros, los Pueblos Nativos del Hemisferio Occidental, estamos entre los portadores supervivientes de este tipo de consciencia en el mundo. Aquí estamos para impartir este mensaje." Confederación iroquesa, "Spiritualism: The highest form of political consciouness".
Obviamente, este mensaje va dirigido especialmente hacia nosotros, los occidentales, quienes, según esta visión, debemos recuperar nuestras raíces culturales primigenias (indígenas) y, cuyo primer paso, bien podría pasar por recordar aquel inmenso periodo histórico pre-indoeuropeo en el que la cosmovisión de los pueblos europeos aún estaba hermanada con el resto de culturas indígenas del planeta. Pero además, y aunque cueste creerlo por el gran tiempo transcurrido, aun sobreviven diseminados en el folclore, la mitología y las tradiciones de algunos pueblos europeos, pequeños islotes o retales culturales de aquel viejo mundo que, al interrelacionarse entre sí, pueden sernos de gran ayuda en el reconstruccionismo cultural de nuestro pasado; no con el fin de crear "reliquias" a venerar, sino como una forma de comprender el mundo que puede sernos de gran ayuda para transformar nuestro presente y caminar hacia el futuro.
Decía Marija Gimbutas, que las culturas del neolítico preindoeuropeo representaban la última fase de desarrollo de una cosmovisión indígena europea que comenzó a fraguarse en los albores del Paleolítico Superior. En este sentido, no deja de resultar sorprendente, que la cultura ancestral vasca, la última gran reminiscencia cultural preindoeuropea que sobrevive en Europa Occidental, perviva precisamente en el área geográfica dónde en el Paleolítico Superior se forjó la primera gran cultura simbólica de nuestro continente (arte franco-cantábrico). Así, además de haber preservado su lengua nativa preindoeuropea, el pueblo vasco conservó también hasta bien entrado el SXX, vestigios de la religión naturalista de la Gran Diosa (Mari), de unas relaciones de parentesco matrifocales y de una organización social comunal con instituciones colectivas como el batzarre o el auzolan. A este respecto Marita Gimbutas afirmaba:
“El euskera es una reliquia preindoeuropea de las antiguas lenguas de Europa occidental. Es la única lengua indígena que ha sobrevivido a las invasiones indoeuropeas y a los influjos culturales de los últimos tres mil años. Los vascos han demostrado una gran capacidad para integrar dichos influjos sin perder su personalidad cultural. Constituyen, de hecho, la gran excepción de las leyes de la historia política y cultural de Europa. No hay duda alguna de que sus tradiciones descienden directamente de los tiempos neolíticos. Muchos aspectos culturales de la Vieja Europa preindoeuropea (la religión de la Diosa, la utilización del calendario lunar, las leyes hereditarias matrilineales y la responsabilidad de la mujer en la agricultura) perduraron hasta principios del siglo XX." Marija Gimbutas, "The living Goddess"
En este sentido y desarrollando un poco más la argumentación de Gimbutas, podemos reconocer cuatro grandes pilares culturales característicos de las culturas preindoeuropeas y que también están presentes en la cultura tradicional vasca:
1- El idioma y la tradición oral como ejes vertebradores de la cultura. Así el euskera (que define precisamente a los euskaldunak) es la última lengua nativa de Europa Occidental, una lengua preindoeuropea cuyo estudio etimológico y axiológico nos revela la forma de entender el mundo de nuestros ancestros: es el reflejo oral de la cosmovisión indígena europea.
2- La espiritualidad animista y la mitología simbólica en torno a la imagen de la Gran Diosa como personificación del universo. Y así el mito de Mari, como figura central del universo cosmológico vasco, nos mantiene aún conectados con la que fue la imagen central de la espiritualidad indígena europea, cuyo legado simbólico ha llegado hasta nuestros días a través de las miles de estatuillas femeninas (conocidas popularmente como “venus”) halladas en yacimientos del Paleolítico Superior, así como en templos y lugares de culto del Neolítico y la Edad del Bronce.
3- La estructura social matrifocal y el linaje matrilineal presentes en la cultura tradicional vasca hasta tiempos históricos recientes, son una muestra de lo que J.J. Bachofen definió como mutterrecht o derecho materno (en contraposición al derecho romano del pater familias) o la arqueóloga Marija Gimbutas describió como un clan matrístico de principios colectivistas (en referencia a la estructura social y familiar preindoeuropea.) Andrés Ortiz-Osés lo bautizó como matriarcalismo vasco, una denominación local para referirse al mismo concepto que Ernest Borneman llamó matrística y Riane Eisler denominó Gilania.
4- El sentido comunal de la vida política y económica. Esta tendencia hacia la igualdad social se mantuvo en el mundo rural vasco hasta tiempos históricos recientes, a través de un derecho consuetudinario propio (Pirenaico), pero también mediante la autogestión de sus propios recursos a través de instituciones comunales como el batzarre (cuyo origen está en el concejo abierto en torno al árbol sagrado) y el auzolan (el trabajo colectivo en favor de la comunidad y en contraposición al trabajo individual asalariado).
A tenor de estas evidencias, podemos afirmar que la cosmovisión ancestral vasca, no puede ser interpretada meramente como un "islote cultural" sin aparente vinculación con otras culturas europeas circundantes (como tradicionalmente han afirmado un gran número de investigadores), sino más bien, como una cultura que conservó hasta tiempos históricos recientes y, en algunos casos, hasta la actualidad (euskera, mito de Mari,...), algunos de los aspectos principales de una antiquísima cosmovisión aborigen que, bajo diversos nombres, formas, lenguas y tradiciones, fue compartida por una gran amalgama de pueblos preindoeuropeos que antaño habitaron a lo largo y ancho de nuestro continente. Desde esta perspectiva, la llamada "singularidad cultural vasca" deja de ser, pues, un "hecho diferencial" y se transmuta en un elemento integrador y de convergencia entre culturas, que puede aportar su particular granito de arena en pos de la reconexión con nuestras raíces culturales primigenias, con nuestras raíces culturales indígenas.
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