Extracto del libro "Pariremos con placer."
Creo que hay tres cosas básicas importantes para recuperar el útero. Una es el propio orgasmo, sea cual sea su origen, que siempre ‘se opone a la coraza’ y propicia la reconexión. A fuerza de latir, el útero deshace la tensión y pierde el estado de rigidez, y a fuerza de expandir el latido de placer acaba por alcanzar nuestra conciencia, nuestro neocortex. El orgasmo es la principal vía de ‘rehabilitación’ del útero. El saberlo además intensifica la eficacia del proceso de rehabilitación.
La segunda cuestión básica para la recuperación del útero, es el cambio de actitud en general ante el placer. Es necesario, sobre todo para las mujeres, cultivar -en el sentido de hacer verdadera cultura- el reconocimiento de la función orgánica del placer; una cultura que vaya más allá del mero rechazo al destino tradicional de sufridoras. Que ponga el placer en el lugar que tiene en la vida. Porque no sólo se trata de acabar con la vieja resignación tradicional, y de que el placer ya no sea pecado, ni sea ‘malo’. Se trata de entender que el placer no es algo aleatorio o prescindible, que pueda y deba esperar frente a otras cosas (responsabilidades profesionales, hij@s, etc.) que sí consideramos imprescindibles o necesarias. Como todo lo que se produce en el cuerpo, el placer no se produce porque sí, sino que tiene una función de regulación fisiológica y psíquica. Es necesario que las mujeres tengamos una actitud de reconocimiento del placer que mana de nuestro cuerpo. Sin el placer no es posible la percepción corporal ni la reconexión. Sin el placer el cuerpo se queda despiezado. Reconocer el placer es ‘soltar’ la inhibición inconsciente y automática, socialmente adquirida.
En tercer lugar, la recuperación del útero se propicia también desde el neocortex, conociendo la función del útero. Cuanto más sepamos, más nos empapemos de la sexualidad uterina, más facilitaremos la reconexión. Si el neocortex ha sido el camino de la inhibición, por donde la moral y el orden sexual alcanzan nuestros cuerpos y logran nuestra propia autoinhibición del deseo, también puede ser lo contrario (de hecho la pornografía que excita los cuerpos, lo hace a través del neocortex):
•Visualizar el útero. Deberíamos de tener dibujos de úteros en las paredes de nuestros cuartos (¡no en sección transversal por favor! sino enteros y vivos).
•Pensar en el útero; pensar, sentir y percibir desde el útero (el cerebro recogido/haciéndose vientre - Gioconda Belli).
•Recuperar el lenguaje del placer que hace referencia a las pulsiones, a las conexiones, y a sus procesos de expansión. Podemos empezar por recuperar el lenguaje simbólico del neolítico. Con la cultura de represión de la sexualidad hemos perdido el lenguaje del placer; o mejor dicho, se quedó en aquello del ‘pecado de la carne’ (por cierto que es bastante explícito, porque según esta expresión toda la carne es pecaminosa, es decir pulsátil, susceptible de ser invadida por el placer). No tenemos palabras, pero tenemos símbolos que nos penetran y nos reactivan las pulsiones corporales. El arte neolítico reprodujo el placer, pintando sobre los cuerpos los meridianos más habituales por donde sentían que el placer pasaba (figuras 1 y 2 ), líneas o serpientes que se enroscaban en el vientre (figuras 3 y 4), que ascendían hacia los pechos, donde también hacían una doble rosca; que descendían a los muslos donde terminaban su recorrido formando también espirales, o a los glúteos con otra doble espiral (figuras 5 y 6).
A veces en vez de espirales eran vórtices, donde la espiral se reduplicaba y se relanzaba para seguir expandiéndose. Parece ser que estas dobles roscas duplicadas fueron a su vez el origen, en la antigüedad, del lauburu vasco y de la esvástica, símbolo este último que fue adoptado por el fascismo, transformándose de símbolo de vida en un símbolo de terror moral, de horror y de muerte. Esos meridianos tienen una comprobación fisiológica sorprendentemente exacta, por ejemplo las que trazan la ‘simpatía’ entre el útero y los pechos. Ambroise Paré dice (1):
Luego existe una simpatía desde las mamas a la matriz: porque acariciando el pezón, la matriz se deleita de manera especial y siente un temblor agradable porque este pequeño extremo de la mama tiene un delicado sentir, debido a las terminaciones nerviosas que tiene: con el fin de que los pezones tengan afinidad con las partes que sirven a la generación, y también para que la mujer ofrezca y exhiba con mayor agrado sus pechos a la criatura que se los acaricia dulcemente con su lengua y su boca. Con lo cual la mujer siente un gran deleite, principalmente cuando hay leche en abundancia.
[Or y a-t-il une sympathie des mamelles à la matrice: car chatouillant le tétin, la matrice se délecte aucunement et sent une titi! llation agréable parce que ce petit bout de mamelle a le sentiment fort délicat, à cause de nerfs qui y fi nissent: à celle fi n que même en cela les tétins eussent affi nité avec les parties qui servent à la génération, et aussi à ce que la femelle offrît y exhibét plus volontiers ses mamelles à l’enfant qui les chatouille doucement de sa langue et bouche. A quoi la femme sent un grande délectation, et principalement quand le lait y est en abondance.]
Silvia Tubert traduce tittilation por ‘titilación’, pero yo prefiero utilizar ‘temblor’; creo que es más exacto y más expresivo. Como decía antes, las mujeres que viven relajadas, durante sus ratos de ocio pueden tener permanentemente el útero en estado de medusa, es decir, irradiando placer a todo el cuerpo. Es la idea del Paraíso de las mujeres, distendidas en los Jardines neolíticos de la matrística, representada en el Jardín de las Hespérides y muy concretamente, en el que pintó el romántico británico Frederick Leighton (figura 8). No tenemos jardines neolíticos, pero podemos aprovechar los atascos de tráfico, para poner el útero a temblar, mientras esperamos en el asiento del coche.
El lenguaje del placer nos sirve también para contar a nuestras hijas cómo es nuestro útero. En el neolítico vivían en contacto con la naturaleza y por eso utilizaban lo que veían que se asemejaba al útero (que no veían pero que sentían). Y eligieron la rana, no por casualidad, sino porque su cuerpo palpita de una manera muy ostensible. No hay muchos animales cercanos cuyo cuerpo tenga ese palpitar tan explícito (figura 9).
Tanto que no sólo en la Vieja Europa, sino en otras culturas precolombinas de América también la rana representaba el útero. Podemos hablar a nuestras hijas de la ranita que tenemos todas las mujeres en nuestro vientre. Y decirlas que no hay que contener ningún movimiento que nos de gusto o placer, para que la ranita viva, respire y palpite. La arqueóloga Marija Gimbutas (2) dice que la forma uterina es la más representada en todo el arte de la civilización de la Vieja Europa. Como racimos de berenjenas, los úteros se dibujan en cenefas, entre hojas de parra, y muy frecuentemente pegados a espirales (figuras 10 a 16).
Encontramos la espiral con el útero también en la cerámica del arte Íbero, con abundantes piezas en los museos de Cartagena, Murcia, Alicante, Elx y sobre todo en la Alcudia (Alicante) (figuras 13, 14, 15 y 16); e incluso he encontrado una cenefa de espirales con úteros en un lebrero actual de la cerámica popular de Totana (figura 17). Luego están los peces-útero (figuras 18, 19; también la figura 9 del primer capítulo), las ranas, las medusas, las serpientes y el pulpo (figuras 18, 19, 20 y 21)).
Los pulpos, encontrados abundantemente en la cerámica micénica, son una representación impresionante del orgasmo femenino: el cuerpo del pulpo se convierte como el mejor de los abstractos de Picasso, en un cuerpo de mujer, pechos y útero, de los que salen los tentáculos convertidos en ondas que rodean la panza del cántaro o de la vasija sobre la que están dibujados (figuras 22 a 31).
En el pequeño Museo Arqueológico de la isla de Naxos (Egeo), hay una colección de 34 cántaros con pulpos (entre ellos los de las figuras 23, 24, 25, 30 y 31), todos tan distintos como el propio placer de las mujeres que los portaban diariamente para coger agua de los pozos o fuentes. Este es el lenguaje más erótico que jamás he conocido: las abundantes ondas que salen de los pechos traen a la memoria a las mujeres japonesas del siglo pasado que todavía amamantaban por placer (3), y lo que decía Michel Odent sobre la falta de prolactina (la ‘hormona del cuidado’) en nuestro tejido social de lactancia artificial.
No, no es El lenguaje de una Diosa (4), es el lenguaje del placer de los cuerpos de nuestras antepasadas, que no requiere de mucha especialización para ser descifrado, y en cambio puede ayudar a nuestra recomposición corporal. Lo aquí expuesto sólo es una ínfima parte de lo que el arte neolítico aporta sobre la sexualidad femenina.
No hay metodología para la recuperación del útero. Cada una de nosotras está donde está, y cada una debe confiar en su cuerpo y dejar que le guíe. Todo lo aquí escrito son tan solo sugerencias de prácticas antiguas o contemporáneas.
Otros vestigios de esta sexualidad perdida son las prácticas femeninas de orígen maya/olmeca, que también están ahora siendo divulgadas (5). He visto en un video estos ejercicios, y algunos son claramente prácticas autoeróticas, por ejemplo:
1) De espaldas sobre el suelo, las piernas abiertas, dobladas por la rodilla, y plegadas sobre el abdomen; con las manos se sujetan las piernas por debajo de la rodilla, y en esta posición, siempre las piernas abiertas y dobladas, se balancea el cuerpo entero hacia la derecha y hacia la izquierda. Al caer sobre el lado izquierdo o sobre el derecho, las piernas claro está se juntan, pero al enderezar el cuerpo, mientras se endereza para volver a recaer sobre el lado derecho, las piernas se vuelven a abrir. Esta práctica puede propiciar una gran movilización del útero, siempre y cuando haya la suficiente relajación, suficiente concentración en el mismo, y, sobre todo, deseo de placer. Esto último es importante porque hay una divulgación descafeinada de estas prácticas, a las que se les añade alguna variante, como la de extender simultáneamente los brazos hacia el cielo y replegarlos luego hasta el pecho como queriendo coger el aire o una abstracta energía cósmica. La movilización de los brazos, al hacer intervenir el neocortex, creo que intercepta la conexión del cerebro límbico con el útero, bloqueando la activación erótica. Estas prácticas no fueron diseñadas para coger energía cósmica del universo, sino para propiciar el placer interno corporal.
2) Sentadas en el suelo con las piernas cruzadas en posición de yoga, se procura que el sacro esté pegado al suelo, y entonces se hace rotar el cuerpo sobre él.
Estas prácticas están directamente relacionadas con lo que dice Carlos Castaneda en su libro Los pases mágicos (6): Según Don Juan Matus, uno de los intereses más concretos de los chamanes que en la antiguedad vivieron en México es lo que denominaban ‘la liberación de la matriz’ ... A los chamanes les interesaba ‘el despertar’ de la matriz porque, a parte de su función primaria reproductora, sabían de una función secundaria; una capacidad para procesar conocimientos directos sensoriales e interpretarlos directamente sin el auxilio de los procesos de interpretación que todos conocemos (lo que también podemos llamar ‘conocimiento o intuición visceral’ ). ... Al igual que otros chamanes de su linaje (Don Juan) estaba convencido de que si se apartan del ciclo reproductor, la matriz y los ovarios se convierten en herramientas de percepción, y ciertamente, en el epicentro de la evolución.... En virtud de los efectos de la matriz, las mujeres ven directamente la energía con más facilidad que los hombres, decían y se quejaban de que las mujeres no son conscientes de su capacidad.... Resultaba paradójico que la mujer tuviese a su disposición un poder infinito y no se interesara por conseguirlo. Don Juan estaba convencido de que esta falta de deseo de hacer algo no era natural, sino adquirida.
Otra sugerencia para rehabilitar el útero, son los ejercicios Kegel (7) recomendados para fortalecer los músculos del suelo pélvico, que consisten en sentarse en una silla baja con las piernas abiertas y hacer el movimiento que hacemos para retener la salida de la orina, varias veces seguidas, con una pequeña pausa entre cada una de ellas. Este movimiento muscular arrastra también al útero, y cuando el útero está un poco reconectado, puede sentirse y diferenciarse de los músculos del suelo pélvico.
Llaman también la atención los grabados hallados en cuevas paleolíticas, de mujeres tumbadas o recostadas con las piernas abiertas, con una o con las dos piernas dobladas, en posición distendida y relajada, y los brazos hacia arriba. Sin embargo, en nuestra cultura, la posición de la mujer con las piernas abiertas, se asocia al coito o al parto, o se considera cuando menos una postura desinhibida. En realidad, esta posición -como la odalisca de Matisse (figura 35) o las mujeres de los grabados paleolíticos (figuras 32 a 34)- indica un estado de relajación, con un cierto matiz de voluptuosidad como ha indicado algún autor. Y efectivamente es una postura sumamente confortable que debe ser recuperada y para ello, debe dejar de identificarse con una postura coital. Porque tal identificación, al igual que sucede con la forma de agacharnos, responde a la educación postural que he comentado.
Según Gimbutas (8), la figura femenina con las piernas abiertas fue tan representada en el neolítico que incluso adquirió formas esquematizadas, como sucedía a menudo con las imágenes que se repetían sistemáticamente (figuras 36, 37 y 38). Gimbutas, sin salirse de la perspectiva convencional, asegura que se trata de representaciones de la Diosa Dando-a-luz [birth-giving Goddess], ya que no puede explicar de otro modo la continua representación de la mujer en esa postura (y tampoco la puede calificar de postura coital, al no haber encontrado en ningún caso una imagen masculina al lado).
Sin embargo, las figuras encontradas de mujeres pariendo, estaban en cuclillas o sentadas como la célebre de Cathal Huyuk. La imagen de la mujer con las piernas abiertas se ha venido también identificando como la Diosa Astarté (figura 39). Por cierto que Astarté, según Pepe Rodríguez (9), en su origen quería decir ‘útero’.
La capacidad autoerótica femenina se opone radicalmente a la dominación falocrática; por eso el triple mandato bíblico, y luego toda la simbología patriarcal de la madre impostora (Victoria Sau, 10): la Inmaculada Concepción, la Madre de Dios, virgen y sexualmente aséptica, esclava del Señor y que ofrece el sacrificio de su hijo al padre; por eso también la caza de brujas de la Edad Media y de la Edad Moderna, para arrasar los últimos vestigios de esta sexualidad femenina. Es imprescindible la colaboración de los hombres para recuperar la energía sexual femenina, y para aceptar que la sexualidad femenina no se complementa unívocamente con la sexualidad masculina, sino que tiene diversas orientaciones y ciclos. Como dice Michel Odent (11), es un hecho histórico comprobable que con las sociedades monógamas desapareció la lactancia prolongada, y el amor simbiótico primario. La recuperación del paradigma original de la maternidad, la recuperación de la sexualidad infantil, el final de la guerra de los sexos y la recuperación de su armonía original, en definitiva, la autorregulación de las relaciones humanas por la líbido, va en paralelo con la recuperación de la sexualidad uterina; desde mi punto de vista, es una clave para restituir todo lo demás.
Como dice Montse Catalán, ahora que se habla tanto de prevención, quizá tendríamos que empezar a pensar en cambiar ‘preventivamente’ este orden social que es patológico de por sí. No hay salud ni prevención posible en una sociedad que descansa en la represión y en las relaciones de dominación.
1) AMBROISE PARÉ, bidem, Livre II.
2 Además del libro citado: MARIJA GIMBUTAS, Diosas y dioses de la Vieja Europa, Istmo, Madrid 1991.
3) RUTH BE EDICT (1946), El crisantemo y la espada, Alianza editorial, Madrid 2006.
4) Hago referencia al libro de Gimbutas EL LENGUAJE DE LA DIOSA, que bien podría haberse llamado, por ejemplo, “LA VIDA COTIDIANA DE LAS MUJERES DE LA VIEJA EUROPA”. También a toda la corriente que en la arqueología ha empezado a deificar la imágen de la mujer, convirtiendo las antiguas Venus en Diosas. En el prólogo del libro de Henri Delporte La imagen de la mujer en el arte Prehistórico (Istmo, Madrid 1982) que recopila con un criterio meramente geográfico algunos centenares de imágenes de mujer del paleolítico, se advierte del peligro de que la ausencia de ‘interpretación’ deificante pueda ser utilizada por ‘feministas fanáticas’. Sobran comentarios.
5) ELENA LAZARO, El camino de la mujer, Inbi Sudameris, Argentina 1999.
6) CARLOS CASTANEDA, Pases Mágicos, las enseñanzas prácticas de Don Juan, Ed. Martänez Roca, Barcelona 1998.
7) COLECTIVO DE MUJERES DE BOSTON (1977), Nuestros cuerpos nuestras vidas, Ed. Colectivo de Mujeres de Cali (Colombia) 1987.
8) Ob. Cit.
9) PEPE RODRIGUEZ, Dios nació mujer, Ediciones B, Barcelona 1999.
10) Ob. Cit.
11) MICHEL ODENT, El bebé es un mamífero, Mandala, Madrid 1990.