Guillermo Piquero
2 ª Edición revisada (2024) con más de 100 fotografías a todo color
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SINOPOSIS:
Siguiendo la estela temática de su anterior libro (Mitologia salvaje. Cauac, 2017), Guillermo Piquero nos invita a un nuevo recorrido por el universo simbólico aborigen europeo, tomando en esta ocasión como hilo conductor de su relato a al numen principal de la mitología vasca: Mari.
Y es que realmente es un hecho del todo extraordinario, que la última mitología de Europa Occidental que aún mantiene al frente de su panteón a una deidad femenina, perviva precisamente en el área geográfica en el que en el Paleolítico Superior se desarrolló la primera gran cultura simbólica de nuestro continente (arte franco-cantábrico). Dicha cultura primigenia, cuyo legado mítico ha llegado hasta nuestros días a través de las pinturas rupestres de animales y las famosas estatuillas femeninas conocidas como “venus”, encuentra su correlato simbólico en los atributos míticos de Mari, quién según la tradición habita en las cuevas, donde adopta aspectos zoomorfos y tiene diversos númenes animales a su servicio. Del mismo modo y de manera aún más inequívoca, el mito de Mari encaja en el simbolismo mítico de la Gran Diosa de las culturas matrísticas del Neolítico y la Edad del Bronce, periodo histórico en el que muchos investigadores sitúan su origen y su posterior supervivencia al influjo cultural de las mitologías patriarcales indoeuropeas.
Pero más allá de su hipotética antigüedad y del simbolismo arquetípico de Mari, este libro indaga también en un significado cosmológico más profundo, que hermana a la mitología vasca con la de otras culturas indígenas del mundo que creen de igual manera en que nuestro planeta (Ama Lur) es un ser vivo con consciencia propia (Mari). Así, de la misma forma que todos podemos comprender el concepto simbólico de que el alma de una persona se encuentra en el interior de su cuerpo, los antiguos vascos creían que la dimensión espiritual de la naturaleza se hallaba bajo la corteza terrestre, en un inframundo uterino en el que se gestaba y regeneraba la vida que se materializaba en la superficie y con el que interactuaban a través de ritos y ceremonias sagradas.
En el vientre de Mari explora a lo largo de sus páginas las características míticas de este mundo matricial subterráneo, así como su relación simbólica con espacios ceremoniales ancestrales de la antigua espiritualidad naturalista vasca (como la cueva, el dolmen, el etxe, la montaña, el árbol,…) en la que, junto a Mari, también desempeñaron un papel central sus consortes Akerbeltz y Sugaar, demonizados en el imaginario mítico católico bajo las figuras del diablo y el dragón, pero cuyo significado originario como símbolos del principio de fertilidad de la naturaleza, aún permanece vivo en la mitología vasca.
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