1. A propósito de las investigaciones de Marija Gimbutas

“Rendimos homenaje a la memoria de una mujer extraordinaria, Marija Gimbutas, que nos ha permitido contemplar la prehistoria de la Vieja Europa con una visión distinta a la que nos venía brindando la arqueología prehistórica tradicional, que siempre miró de reojo planteamientos que pudieran socavar las bases metodológicas impuestas por un milenario concepto patriarcal de la historia.”
José M. Gómez-Tabanera, prologuista y editor de “El lenguaje de la Diosa”.


Marija Gimbutas (1921-1994).
Marija Gimbutas (1921-1994).

Artículo de Guillermo Piquero.

Las investigaciones académicas más rigurosas y detalladas en torno al universo simbólico de las culturas aborígenes europeas se los debemos a la antropóloga y arqueóloga Marija Gimbutas quién, como ya hemos visto en la introducción, afirmaba que en la cosmovisión ancestral vasca son reconocibles “muchos aspectos culturales de la Vieja Europa pre-indoeuropea”. Por ello, y con el fin de contextualizar a la cultura vasca en su substrato cultural más primigenio, tomaremos las investigaciones de Gimbutas como referencia e hilo conductor de este primer capítulo del libro.

 

En este sentido, el trabajo que realizó Gimbutas es extenso y complejo, por lo que no podemos más que remitir al lector a sus libros y artículos si es que quiere profundizar en las investigaciones que llevó a cabo la arqueóloga en la segunda mitad del pasado siglo. Aquí nos limitaremos a mostrar, de manera resumida, los aspectos esenciales de unas investigaciones que crearon y aún crean grandes controversias en determinados círculos académicos. Sin embargo, es oportuno recordar a sus detractores que las dos mayores referencias mundiales en los estudios de las religiones y mitologías comparadas, Mircea Eliade y Joseph Campbell, mostraron su admiración y elogio por el trabajo desarrollado por la arqueóloga lituana. Así, el propio Campbell, unos meses antes de morir, redactó el prefacio del libro “El lenguaje de la Diosa”, calificando los hallazgos de Gimbutas como una nueva Piedra Rosetta con la que poder descifrar la cosmovisión de los europeos prehistóricos:

 

“De la misma forma en que, hace siglo y medio, al descifrar la Piedra Rosetta, Jean Francois Champollion fue capaz de establecer un glosario de signos hieroglíficos que servirían de llaves para abrir todo el gran tesoro del pensamiento religioso egipcio comprendido entre aproximadamente 3.200 a.C. y el período de los Ptolomeos, Marija Gimbutas, en la recopilación, clasificación e interpretación descriptiva de unos dos mil artefactos simbólicos, procedentes de los yacimientos de los pueblos neolíticos más antiguos (7000/3500 a.C.), ha sido capaz no sólo de elaborar un glosario fundamental de los motivos pictóricos (piezas fundamentales de la mitología de una Era que, por otra parte, está aún por documentar), sino también, en base a la interpretación de esos signos, establecer las principales líneas y temas de una religión que venera tanto al universo como al cuerpo vivo de la Diosa-Madre Creadora, así como a todos los seres vivos que, dentro de ella, participan de su divinidad.” Joseph Campbell, prefacio del libro “El lenguaje de la Diosa”

 

Si atendemos pues a las valoraciones de Joseph Campbell del párrafo anterior, en dónde afirma que Gimbutas había conseguido interpretar los aspectos fundamentales de la cosmovisión preindoeuropea a través de la decodificación del arte simbólico neolítico, esto podría sernos a su vez de gran ayuda para comprobar si es cierto que la mitología vasca pertenece efectivamente a dicho substrato cultural. Así, como pequeño botón de muestra comparativo, hemos seleccionado el siguiente párrafo del libro de Gimbutas “El lenguaje de la Diosa”:

 

“Los principales temas representados en el simbolismo de la Diosa son el misterio del nacimiento y la muerte, así como el de la renovación de la vida, no solo humana, sino de todas las formas de vida sobre la Tierra y, por supuesto, del cosmos. […] Ella era el origen de toda forma de vida y tomaba su energía de los manantiales y pozos, del sol, de la luna y de la tierra húmeda. Este conjunto de símbolos representa un tiempo mítico que es cíclico, no lineal, lo cual se manifiesta en el arte con signos de movimiento dinámico: espirales que giran y se retuercen, serpientes enroscadas y ondulantes, círculos, crecientes lunares, astas de bóvido, semillas germinadas y brotes. La serpiente era el símbolo de la energía vital y la regeneración, una criatura benévola, no malvada. Incluso los colores tenían un significado diferente al del sistema simbólico indoeuropeo: el negro no significaba la muerte o el infierno, era el color de la fertilidad, el de las cuevas húmedas y el suelo fértil, el del seno de la Diosa, dónde comienza la vida; el blanco, por el contrario, era el color de la muerte, de los huesos.” Marija Gimbutas. “El lenguaje de la Diosa”.

 

Arte neolítico pre-indoeuropeo (aprox. 5.000 a.C.)
Arte neolítico pre-indoeuropeo (aprox. 5.000 a.C.)

 

Cualquier lector/a avezado/a que este medianamente familiarizado con todos estos temas habrá podido comprobar cómo, a medida que avanza el párrafo, resultan más que evidentes los paralelismos con algunos aspectos simbólicos fundamentales de la mitología vasca. Así: La Diosa como “origen de toda forma de vida sobre la Tierra y el Cosmos” nos recuerda sin duda a los atributos de la también todopoderosa Mari; por otro lado, la representación de la energía y el tiempo cíclico expresada a través de “espirales y signos dinámicos” establece un evidente paralelismo simbólico con el que hoy en día se ha convertido en icono fundamental de la cultura vasca: el lauburu; del mismo modo, la serpiente representada no como el ser malévolo del cristianismo, sino como “un ser benévolo que personifica la energía vital” coincide con los atributos de un mito clave del universo cosmológico vasco: Sugaar (el culebro de fuego amante de Mari); y por último, la identificación del negro como “el color de la fertilidad, de las cuevas húmedas y el suelo fértil” concuerda perfectamente con el numen de la fertilidad vasca Akerbeltz (Chivo negro) y, del mismo modo, con al oscuro mundo subterráneo que en los mitos vascos constituye la matriz de origen de los seres y fenómenos naturales.

 

Esta pequeña muestra de paralelismos entre el universo simbólico preindoeuropeo y el imaginario mítico vasco, parecen evidenciar algo más que meras casualidades y nos indican, más bien, distintos aspectos de un mismo substrato cultural en el que están contenidas las claves para comprender con un significado pleno nuestros mitos. Estamos pues, ante el contexto cultural originario al que pertenece la mitología vasca, así como del arte sacro que representaba simbólicamente dicha cosmovisión. No obstante, y antes de proseguir, convendría aportar una pequeña descripción terminológica para comprender cuál es el origen de esta palabreja (“preindoeuropeo”) que nos acompañará a lo largo de los capítulos de este libro.

 

Así, el término “indoeuropeo” comenzó a utilizarse  a mediados del SXIX en el ámbito de los estudios lingüísticos para definir a una serie de lenguas, pertenecientes a una misma familia idiomática, cuya influencia geográfica se extendía originariamente y como nos indica el propio término, desde Europa Occidental hasta el Valle del Indo. De estas lenguas se supone que descienden la inmensa mayoría de las que actualmente se hablan en Europa. Posteriormente se descubriría que los pueblos que originariamente hablaban dichas lenguas, así como la cultura de substrato común que compartían, no eran originarios de dicho espacio geográfico, sino que se impusieron gradualmente sobre las poblaciones autóctonas de dicho territorio durante un largo proceso histórico (invasiones indoeuropeas) que comenzó hace aproximadamente seis mil años. A estas culturas indígenas, anteriores (pre-) a la llegada de los indoeuropeos, se las denomina en el mundo académico bajo el genérico nombre de preindoeuropeas.

 

Podemos dividir el gran área geográfica que antaño ocuparon las culturas preindoeuropeas en 4 grandes complejos culturales (ver mapa). Empezando por Occidente, la cultura megalítica, que se desarrolló principalmente en el llamado Arco Atlántico Europeo, y cuyo legado artístico y arquitectónico más conocido son los restos de numerosos dólmenes, menhires y cromleches que han llegado hasta nuestros días. En Europa Oriental, tenemos la bautizada por Gimbutas como Civilización de la Vieja Europa (Old Europe), que la arqueóloga clasificó a su vez en 7 áreas culturales diferentes. Por su parte, en Oriente Próximo nos encontramos con el llamado Creciente Fértil, que engloba a las primeras civilizaciones del Antiguo Egipto, Cannan, Anatolia y Mesopotamia. Y finalmente la llamada Civilización del Valle del Indo que abarcaba áreas geográficas de las actuales Afganistán, Pakistán e India.

 

Mapas con los complejos culturales pre-indoeuropeos más relevantes
Mapas con los complejos culturales pre-indoeuropeos más relevantes

 

Actualmente el uso del término “preindoeuropeo” ha trascendido el mero estudio de la evolución de las lenguas y se utiliza también para definir a todas aquellas cosmovisiones y mitologías anteriores a la llegada del nuevo imaginario mítico (belicista y patriarcal) que trajeron consigo los invasores indoeuropeos. Hasta entonces, las evidencias arqueológicas son bastante explicitas sobre la existencia de una ancestral cosmovisión matrística y naturalista que, en oposición a las deidades patriarcales indoeuropeas, tenía como figura central de su panteón mitológico a una Gran Diosa que regía los ciclos de vida, muerte y regeneración de la naturaleza. De ahí que la mitología vasca, con Mari como figura central de su panteón mítico, sea calificada por numerosos autores e investigadores como “de origen pre-indoeuropeo”:

 

“Si el Euskera representa la vieja lengua vasca, la mitología representa el viejo lenguaje vasco. Lo curioso del caso es que ambos poseen un fondo preindoeuropeo y precristiano, lo que les confiere especial interés cultural. Acaso lo más positivo de la mitología vasca es que no pertenezca al grupo de las mitologías patriarcales que tienen un Dios Padre al frente de su panteón, sino que proyecta una Diosa Madre, de nombre Mari, que personifica a la Madre Tierra.” Andrés Ortiz-Osés. “Los mitos vascos: aproximación hermenéutica.”

 

Las culturas fraternales de la Vieja Europa

Las culturas pre-indoeuropeas representan el origen de la llamada “Revolución Neolítica” en nuestro continente (el paulatino paso de las sociedades cazadoras-recolectoras hacia la agricultora) y se desarrollaron, dependiendo de las zonas, entre el 7.000 y el 3.500 a.C. aproximadamente. Las comunidades humanas del Neolítico estaban asentadas generalmente a la orilla de los ríos, en los lugares más fértiles y constituían, en muchas ocasiones, núcleos poblacionales de miles de habitantes. No edificaron muros defensivos, ni fortalezas y en los estratos arqueológicos no existe la menor evidencia de guerras o invasiones durante periodos históricos que con frecuencia sobrepasan los  2.000 años ininterrumpidos.

 

Así, a través de estudios interdisciplinares (mitología comparada, fuentes históricas tempranas, lingüística, folklore, etnografía,…) que revolucionaron la forma de aproximarse a la prehistoria y que ella denominaba arqueomitología, la arqueóloga Marija Gimbutas recopiló y cotejó la información desenterrada en más de 3.000 yacimientos del Neolítico europeo (Hungría, Serbia, Croacia, Bulgaria, Rumania, Austria, Polonia, Italia, Grecia, Sicilia, Malta, Chipre, Turquía,…) a los que agrupó en un gran complejo cultural que denominó la Civilización de la “Vieja Europa” (Old Europe).

 

“El término Vieja Europa se aplica a la cultura pre-indoeuropea, una cultura matrifocal y probablemente matrilineal, agrícola y sedentaria, igualitaria y pacífica. Contrasta agudamente con la cultura posterior indoeuropea, que era  patriarcal, estratificada, pastoril, nómada y guerrera, que se impuso en toda  Europa (excepto en algunas franjas geográficas del sur y del oeste del continente), a lo largo de tres olas de infiltración desde las estepas rusas, entre el 4.500 y el 2.500 a.C.” Marija Gimbutas, “Diosas y Dioses de la Vieja Europa”.

 

Según la hipótesis de Gimbutas, estas culturas de la Vieja Europa suponían la última fase de desarrollo y evolución de un gran periodo cultural ininterrumpido de más de 30.000 años (del Paleolítico Superior al Neolítico) en el que se desarrolló una misma cosmovisión indígena europea. Dicha espiritualidad naturalista tuvo como símbolo principal al espíritu viviente de la Madre Tierra, a la Gran Diosa, cuya expresión artística más representativa lo constituyen las miles de pequeñas estatuillas (venus paleolíticas y neolíticas) halladas en numerosos yacimientos arqueológicos, no sólo de la Vieja Europa, sino también en los excavados a lo largo y ancho del inmenso territorio geográfico que antaño ocuparon las culturas preindoeuropeas.

 

Hoy sabemos que Gimbutas se quedó corta en sus estimaciones, pues los nuevos descubrimientos en torno a la verdadera antigüedad de algunas pinturas rupestres evidencian que fueron realizadas al final del Paleolítico Medio por la cultura musteriense (Neandertal), lo que nos obliga a buscar todavía mucho más atrás en el tiempo el inicio de esta ancestral cosmovisión indígena; tan atrás que podríamos aventurarnos a calificarla como parte intrínseca de la originaria naturaleza humana.

 

“El análisis del imaginario mítico de la Vieja Europa ha reconstruido el eslabón entre la religión del Paleolítico Superior y el substrato preindoeuropeo de las culturas europeas […] La persistencia de la veneración a la Diosa durante más de veinte mil años, desde el Paleolítico Superior al Neolítico y más allá, se  demuestra por la continuidad de una variedad de series de imágenes convencionalizadas. Los aspectos específicos de sus cualidades, tales como el de dar la vida, la fertilidad y el parir nuevas criaturas, es extraordinariamente persistente. […] En arte e imaginería míticos no es posible establecer un límite entre estos dos periodos, el Paleolítico y el Neolítico, de la misma manera que no es posible separar radicalmente plantas silvestres y cultivadas y animales salvajes y domésticos. La mayoría del simbolismo de los primeros agricultores fue tomada de los cazadores-recolectores.” Marija Gimbutas, “Diosas y Dioses de la Antigua Europa”

 

El simbolismo sagrado femenino mantuvo sus representaciones arquetípicas fundamentales a lo largo de todo el Paleolítico Superior y el Neolítico.
El simbolismo sagrado femenino mantuvo sus representaciones arquetípicas fundamentales a lo largo de todo el Paleolítico Superior y el Neolítico.

 

Del mismo modo que ocurre con el continuum simbólico entre el arte paleolítico y neolítico, parece lógico suponer, que la fraternidad y la equidad social  características de la Vieja Europa pre-indoeuropea también pudiera considerarse como prolongación y herencia del tipo de organización social y familiar que pudieron desarrollar sus antepasados paleolíticos. Esta hipótesis cobra gran verosimilitud si tomamos como referencia a los estudios de etnología comparada. Así, si nos fijamos en los testimonios de todos aquellos viajeros o etnólogos occidentales que en los últimos siglos contactaron o invadieron a culturas cazadoras-recolectoras que no habían tenido ningún contacto civilizatorio, comprobaremos como en la inmensa mayoría de los casos, dichos viajeros y conquistadores coinciden en recalcar el carácter fraternal, cooperativo e igualitario de todas esas culturas indígenas. Por lo que no parece descabellado suponer, que culturas con un modo de vida similar como las del Paleolítico europeo desarrollaran igualmente sociedades basadas en la fraternidad y el apoyo mutuo. Esto nos vendría a demostrar que las culturas gilánicas o matrísticas preindoeuropeas no surgieron por “generación espontánea”, sino que suponían la última fase de desarrollo y evolución de una originaria naturaleza humana, que en modo alguno se corresponde con la que nos muestran los libros de historia.

 

“Estas culturas se deleitaron con las maravillas de éste mundo y sus gentes y, a pesar de que conocían la metalurgia, no produjeron armas letales ni levantaron fortificaciones en lugares inaccesibles, tal como hicieron sus sucesores, en vez de esto, construyeron magníficas tumbas-santuario y templos, casas confortables en poblados de un tamaño regular y crearon esculturas y cerámicas soberbias. Este fue un periodo duradero de asombrosa creatividad y estabilidad, una época libre de luchas: la suya era una cultura artística.” Marija Gimbutas, “El lenguaje de la Diosa.

 

Como reflejo de esta forma de entender y actuar sobre  el mundo, las culturas neolíticas crearon una inmensa producción artística que simbólicamente contrasta enormemente con el posterior arte grecorromano que inunda nuestros libros de historia. Uno de los aspectos simbólicos más relevantes que diferencian ambas épocas lo encontramos precisamente en el hecho de que en las miles de representaciones pictóricas y escultóricas del arte preindoeuropeo que analizó Gimbutas, no encontró ni un solo motivo militar, ni representaciones con escenas míticas violentas, sino un arte colorido y naturalista que la arqueóloga definió como de “celebración de la vida”:

 

“La celebración de la vida es la razón fundamental de la ideología y el arte de la Vieja Europa (pre-indoeuropea). En ella no hay inmovilismo; la energía vital se mueve constantemente como una serpiente, una espiral o un torbellino. (…) Las columnas vitales, las serpientes que ascienden enroscándose, los frondosos árboles, las abejas y las mariposas que surgen de las tumbas, cuevas y grietas o el poderoso útero de la Diosa; una forma se disuelve convirtiéndose en otra: la transformación de un ser humano en animal, de serpiente en árbol, de útero en pez, rana, erizo o bucráneo y, de éste, en mariposa, era una manera de percibir la reemergencia de la energía vital bajo otras formas. Esto no significa que la muerte se olvidase, ya que en el arte se manifiesta mediante la desnudez del  hueso, los perros aullando, el búho de voz lastimera, el cernir de los buitres y los peligrosos verracos. El tema de la muerte provocaba, sin duda, una honda preocupación, pero la clara percepción de la periodicidad de la Naturaleza, basada en los ciclos de la luna y de la fisiología del cuerpo femenino, condujo a la creación de una sólida creencia en la regeneración inmediata de la vida en el mismo momento de la muerte. No existía la simple muerte, sino, solamente, muerte y regeneración; y esta era la clave del himno a la vida reflejado en dicho arte.” Marija Gimbutas, “El lenguaje de la Diosa.

 

Arte neolítico de la Vieja Europa
Arte neolítico de la Vieja Europa

 

En el mismo sentido que Gimbutas, el reputado arqueólogo griego Nikolaos Platon,   resume a continuación las características del arte cretense preindoeuropeo, así como el tipo de organización social de aquella cultura insular. Una descripción que puede considerarse como perfectamente extrapolable al resto de áreas culturales que conformaban la Civilización de la Vieja Europa:

 

“Su cultura parece haber sido básicamente igualitaria, pacífica, próspera y jovial. Sus ciudades carecían de muros defensivos, y en su arte no se aprecian escenas de violencia. Aquí la sucesión se transmitía por línea femenina y el conjunto de la vida estaba impregnado por una ardiente fe en la Diosa Naturaleza […]. Su arte, a la vez grácil y realista, entona un himno a la naturaleza lleno de formas ondulantes y dinámicas, revolotean las abejas, saltan gozosos los delfines, ondean las serpientes, vuelan libres los pájaros. Todo fluye, como atestiguara Heráclito muchos siglos después. En el centro de las escenas suele estar la Diosa, a menudo representada como una bella muchacha de pechos descubiertos, a veces rodeada de sacerdotisas y jóvenes varones. Las figuras humanas aparecen llenas de vida, plácidas, espontáneas, siempre gesticulando, en marcado  contraste con las rígidas poses del arte egipcio de la época. Asoma una cultura basada en la celebración de la vida. No hay hordas ni estados sino poblaciones autónomas de varios miles de habitantes; se conoce la metalurgia, pero no se aplica para fabricar armas; no se levantan fortificaciones ni hay signos de violencia, pero existe un arte floreciente... su culto está guiado por mujeres y la descendencia pasa por línea femenina, pero no hay dominio sobre los hombres sino igualdad entre los sexos”. Nikolaos Platon, “Creta.”

 

En Creta se dan más de 6.000 años ininterrumpidos sin guerras. Fue el último lugar en el que la cultura de la Vieja Europa permaneció intacta (hasta finales de la Edad del Bronce).
En Creta se dan más de 6.000 años ininterrumpidos sin guerras. Fue el último lugar en el que la cultura de la Vieja Europa permaneció intacta (hasta finales de la Edad del Bronce).

 

Del mismo modo, la escritora Casilda Rodrigañez afirma que el arte preindoeuropeo es un fiel reflejo simbólico de la organización social y de la visión del mundo que tenían las culturas de la Vieja Europa:

 

“Desde el punto de vista cultural, lo que caracteriza a algunas sociedades neolíticas desenterradas, es un orden simbólico no manipulador, que recrea y emula el continuum gaiático. Algunos investigadores lo han llamado acertadamente Cultura de la Celebración de la vida. Lo que llama la atención más que ninguna otra cosa, es que es un arte que discurre sobre la vida misma, sin despegarse de ella, que consigue captar y fijar en sus obras los rasgos de la vida: la interacción entre lo vegetal y lo animal, los movimientos asociativos, la diversidad de las formas, la armonía del caos, los ciclos, la noción del tiempo en la vida, la generación y la regeneración, la sucesión, el continuum; la calidez, el bienestar, la alegría de la vida autorregulada. Desde el punto de vista social, se caracteriza por la ausencia de jerarquía y de cualquier tipo de jefaturas o de instancias superiores, ausencia de jerarquización entre los sexos, ausencia de acotaciones territoriales, de guerras y de violencia, ausencia también de símbolos de prestigio o de poder." Casilda Rodrigañez, "El asalto al Hades"

 

Cómo ya hemos reseñado al principio de este capítulo, esta cosmovisión neolítica no fue un atributo único de las culturas de la Vieja Europa, sino que a tenor de la similitud entre las expresiones artísticas halladas en yacimientos arqueológicos de un inmenso espacio geográfico que abarca desde la Europa Atlántica hasta el Valle del Indo, parece evidenciar que una misma forma de comprender y actuar sobre el mundo fue compartida, en sus aspectos esenciales, por todas las culturas de la Era neolítica pre-indoeuropea. Así por ejemplo, si tomamos como referencia al área geográfica preindoeuropea más distante de la Vieja Europa, la llamada Civilización del Valle del Indo, descubriremos como la cultura indígena drávida desarrolló una civilización gilánica muy similar a la que tuvo lugar en nuestro continente. En este sentido, Andrew Robinson, autor del libro “The Indus: Lost civilizations”, resumía así las características de esta cultura en un artículo para la revista New Scientist:

 

“La civilización del Indo floreció aproximadamente entre el 2600 y el 1900 a. C. Se han encontrado más de mil asentamientos que cubren al menos 800.000 kilómetros cuadrados de lo que ahora es Pakistán, India y Afganistán (…) Todas las señales apuntan a una sociedad próspera y avanzada, una de las más grandes de la historia. Tenía un vigoroso comercio de exportación marítima a través del Mar Arábigo, y los arqueólogos han encontrado objetos hechos en el valle del Indo en ciudades mesopotámicas como Ur y Akkad. Las dos ciudades más grandes del Indo, Harappa y Mohenjo-daro, contaban con una planificación de calles y alcantarillado dignos de los tiempos modernos, incluidos los inodoros más antiguos del mundo y un impresionante tanque de agua de ladrillo conocido como el Gran Baño. (….) Las principales ciudades no muestran signos claros de estar fortificadas. No se han encontrado armaduras ni armas indiscutiblemente militares, a diferencia de cuchillos, lanzas y flechas diseñadas para cazar animales. Tampoco hay evidencia del caballo, un animal muy adecuado para grupos de asalto, que luego se hizo común en la región. En casi un siglo de excavaciones, los arqueólogos han descubierto solo una representación de humanos luchando, y es una escena en parte mítica que muestra una deidad femenina con cuernos de cabra y cuerpo de tigre.(…) Hay una ausencia total de conspicuos palacios reales y grandes templos, no hay una representación monumental de reyes y otros gobernantes, no hay mucha diferencia entre las casas de ricos y pobres, no hay señales de dietas diferentes en los huesos de los esqueletos enterrados y no hay evidencia de esclavitud.” Andrew Robinson, “The Indus: Lost civilizations”

 

La cultura Harappa fue una de las más representativas de la Civilización del Indo
La cultura Harappa fue una de las más representativas de la Civilización del Indo

 

Como estamos viendo hasta ahora, esto no se parece mucho a la historia que nos cuentan en la escuela. Y todo esto a pesar de que la antigüedad de estas civilizaciones pre-indoeuropeas se conoce ya desde los años 60 gracias a la datación por carbono 14. Por tanto, su veracidad empírica es inapelable. Lo que se hace es, simplemente, no hablar de ello. En su lugar, en nuestras escuelas se sigue relatando una historia antigua protagonizada por hombres guerreros más o menos poderosos según la fuerza de sus espadas y el poder de sus ejércitos. Nos han hecho interiorizar una única versión de la historia llena de fronteras, emperadores y guerras. Hasta finalmente conseguir que nos creamos que el concepto de “civilización” nace indisolublemente unido al poder, a la jerarquización social y a la esclavitud. Sin embargo, hoy es más necesario que nunca transmitir a las nuevas generaciones un nuevo paradigma educativo de la historia, en el que se enseñe que dichos imperios se fundaron sobre las cenizas de otros que no necesitaron subyugar a su población para mantener el modo de vida de unos pocos, y que existió un mundo anterior en el que floreció y se desarrolló nuestra verdadera y originaria naturaleza humana.

 

“Como señala Gimbutas, si la civilización se define como la aptitud de un pueblo para desarrollar las artes, la tecnología y una escritura apropiada, así como para mantener relaciones sociales, está claro que esa Antigua Europa fue una civilización exitosa.” Josu Naberan, “La vuelta de Sugaar”

 

Del mismo modo y a tenor de las evidencias arqueológicas, otro concepto falso que se nos ha inculcado y que debemos comenzar a desmitificar, es que con el crecimiento demográfico y la aparición de los “excedentes” sobrevino inevitablemente la lucha por el poder, la sociedad de clases, etc. Hoy sabemos que las culturas neolíticas preindoeuropeas eran notablemente excedentarias (lo suficiente para desarrollar abundante arte, centros urbanos, comercio, etc.) y que, a pesar de ello, coexistieron de forma fraternal entre todas ellas durante un inmenso periodo de tiempo de más de dos mil años ininterrumpidos; y algunas mucho más que eso, como es el caso de Creta y Anatolia Occidental, donde están registrados la friolera de 6.000 años de historia de civilización, con sociedades desarrolladas sin signos de saqueos, guerras, destrucción,…   

 

Y éste, amigos y amigas, es el contexto cultural originario al que pertenece la cosmovisión ancestral vasca. Así, cuando hablamos del euskera, del matriarcalismo, de la tradición comunal del batzarre o el auzolan y como no, de la mitología vasca, como aspectos culturales de origen preindoeuropeo, estamos haciendo referencia implícita a este gran periodo histórico que no aparece en nuestros libros de historia más allá de unas pequeñas pinceladas anecdóticas. Estamos hablando pues, de características culturales que aunque son comúnmente consideradas como parte de la “singularidad cultural vasca”, en realidad representan una pequeña porción superviviente de una civilización pre-indoeuropea que antaño se extendía a lo largo y ancho de nuestro continente.

 

El origen de la guerra y el patriarcado

Hoy podemos afirmar con seguridad y rigor, que la guerra y el poder jerárquico patriarcal que se muestran en nuestros libros como parte intrínseca e inevitable del devenir de la historia, aparecen en realidad en un determinado momento histórico: cuando comienza la expansión de las llamadas culturas indoeuropeas hace alrededor de unos 6.000 años. Este choque histórico entre los complejos culturales preindoeuropeo e indoeuropeo, teorizado por la arqueóloga Marija Gimbutas en su ya famosa Hipótesis de los Kurganes, supuso un vuelco de extraordinarias consecuencias en la historia de nuestro continente. Conocerlo en profundidad es también indagar en las raíces culturales primigenias de lo que hoy denominamos Civilización Occidental y nos ayuda a entender nuestro presente como una consecuencia evolutiva de aquellos procesos históricos que las culturas indoeuropeas pusieron en marcha para aniquilar las condiciones originales de vida (matrifocal, igualitaria, pacífica,…) de las culturas indígenas europeas.

 

Así, los saqueos más antiguos que se han registrado arqueológicamente tuvieron lugar en las cuencas bajas del Dniéper y el Danubio, y su datación por radiocarbono está datada entre el 4.300 y 4.000 a.C., a partir de ese momento daría comienzo un proceso histórico que tiene como protagonista a unas culturas belicistas cuyo origen geográfico estaba en las grandes estepas entre el Mar Negro y el Mar Caspio. Esta región, conocida como la Estepa Póntica, constituía según la hipótesis de  Gimbutas, el lugar originario (urheimat) desde dónde se expandió la lengua madre de los idiomas indoeuropeos. Dicha lengua, habría comenzado su difusión a la par que se desarrollaban las invasiones indoeuropeas, suplantando o hibridándose a las lenguas nativas de los pueblos  conquistados y dando a su vez lugar a otros nuevos idiomas de los que, según esta teoría, descienden la mayor parte de los que se hablan hoy día en Europa.

 

Gimbutas utilizó el término kurgán para describir de forma genérica a todas estas culturas indoeuropeas, haciendo referencia a un tipo de enterramiento en forma de gran túmulo (kurgan) que dichos pueblos utilizaban principalmente para dar sepultura a sus jefes guerreros. En dichos enterramientos, el cuerpo del jerarca masculino se disponía junto a gran cantidad de ofrendas que solían incluir sus armas, su carro de guerra, animales y en ocasiones, humanos sacrificados ritualmente. La aparición de estos túmulos, así como los restos de batallas en los estratos arqueológicos, permitieron a Gimbutas elaborar las rutas bélicas que siguieron los indoeuropeos en sus incursiones, las cuales clasificó originariamente en tres grandes oleadas de infiltración: 4.400-4.200, 3.400-3.200 y 3.000-2800 a.C.

 

 “Las dagas de bronce, las alabardas, los mazos y las hachas de guerra y las flechas de puntas de pedernal encontradas en numerosos sitios arqueológicos, junto con los ídolos masculinos, permiten seguir con exactitud las rutas de aquellos indoeuropeos. A partir de entonces se notan cambios profundos en los registros arqueológicos: aparecen muchas armas, pero desaparecen el sistema de símbolos y el arte de la Antigua Europa neolítica; se nota el hundimiento de la agricultura y el auge de la ganadería, la decadencia de las ciudades y el aumento del nomadismo; la abundancia de los ídolos masculinos y la desaparición de las representaciones de la diosa”. Josu Naberan, “La vuelta de Sugaar”

 

 

 

* Mapa de las migraciones indoeuropeas desde el 4.000 a. C. al 1.000 a. C. de acuerdo con el modelo Kurgan. El área púrpura corresponde al supuesto Urheimat (cultura de Samara, cultura de Sredny Stog). El área roja corresponde a la región donde se habrían asentado los pueblos indoeuropeos hasta cerca el 2500 a. C. aproximadamente, y el área naranja cerca del 1000 a. C.

 

 

Los kurgos, a diferencia de los pre-indoeuropeos, vivían en asentamientos elevados fortificados (castros). No eran agricultores, sino ganaderos que movían continuamente sus rebaños en busca de pastos. De ahí su característico nomadismo frente al sedentarismo agrario de las culturas de la Vieja Europa. Eran sociedades patriarcales que adoraban a dioses guerreros masculinos. Habían conseguido por primera vez domesticar el caballo a la par que descubrieron “los secretos” de la metalurgia del bronce. A partir de ahí aplicaron por vez primera el caballo y los metales para la guerra. He ahí el salto cualitativo. El uso de esta nueva tecnología bélica, unida a una cosmovisión inmisericorde que solo legitimaba la forma de comprender el mundo de su propio pueblo, provocaron paulatinamente el derrumbamiento de la Civilización fraternal preindoeuropea y su antiquísimo universo simbólico.  

 

 "Se truncaron tradiciones milenarias; ciudades y pueblos se desintegraron, desaparecieron piezas de cerámica magníficamente pintadas, al igual que santuarios, frescos, esculturas, símbolos e inscripciones. Se debilitó el gusto por la belleza y la sofisticación en el estilo y en la realización de las piezas. Desapareció el uso de los colores brillantes en casi todos los territorios europeos, excepto en Grecia, las Cícladas y Creta, donde las tradiciones de la vieja Europa continuaron durante tres milenios más, hasta el 1500 a. C. "Marija Gimbutas, “The First Wave of Eurasian Steppe Pastoralists into Copper Age Europe"

 

Pero la expansión de los pueblos indoeuropeos desde las estepas rusas no sólo se produjo hacia el Occidente de Europa. También avanzaron hacia el Sur y hacia el Este, dejando a su paso un reguero de muerte y destrucción desde Oriente Próximo (Hurritas, Casitas, Hititas,…) hasta el Valle del Indo (Arios) y la Cuenca del Tarim (Tocarios). Paralelamente unas culturas de similar cosmovisión a la indoeuropea, pero de distinto origen geográfico, los pueblos semíticos (acadios, asirios, hicsos, hebreos,…), expandieron su Imperio de terror sobre Oriente Próximo. Estos dos focos culturales, el indoeuropeo y el semítico, pueden considerarse la génesis de los valores en los que se fundamenta la llamada Civilización Occidental actual: patriarcado, militarismo, jerarquización social, antropocentrismo,…

 

“Entre la expansión de los pueblos indoeuropeos y la expansión de los pueblos semíticos hay notables analogías. Ambos grupos de pueblos fueron en su origen grupos nómadas y pastoriles cuyo hábitat se hallaba en las lindes de los primeros focos de civilización; ambos emigraron recorriendo miles de kilómetros y conquistaron los grandes centros de las civilizaciones agrícolas y urbanizadas (en Mesopotamia, las primeras oleadas semíticas sustituyeron a los sumerios); ambas irrumpieron en los escenarios del Asia menor y del Oriente Medio aproximadamente en el mismo período, durante el tercer milenio a. C. (los hititas indoeuropeos y los asirios semitas al parecer se encontraron en Kanes, en la Anatolia central, 1.900 años antes de Cristo).

 

Pero, sobre todo, tanto los pueblos indoeuropeos como los pueblos semíticos tenían estructuras sociales rígidamente androcráticas. En sus ritos eran frecuentes las invocaciones a los dioses de la tribu, de la guerra y de la conquista. Muy similares fueron los conflictos sociales y espirituales que generó su encuentro/choque con las poblaciones (agrícolas y gilánicas) que vivían en Europa y el Oriente Medio en la época de sus invasiones. Al igual que en la Vieja Europa (Old Europe), también Mesopotamia conserva la memoria de un tiempo de paz y abundancia, bruscamente interrumpido; también los sumerios veneraban a una Diosa Creadora similar a la de sus vecinos, los elamitas. […] Los indoeuropeos no son parientes próximos de los semitas, como demuestra la lejanía de sus hábitats originarios. Sin embargo, las oposiciones «androcrático» versus «gilánico», «ganadero» versus «agricultor», «nómada» versus «urbano» definen una polarización fundamental entre indoeuropeos y semitas por un lado, y las poblaciones de la Europa neolítica, del Oriente Medio pre-semítico y de la India pre-aria por el otro.” James P. Mallory, Encyclopedia of Indo-European Culture”.

 

A diferencia de las invasiones indoeuropeas en el continente Europeo, de la que carecemos de documentos que narren lo que allí sucedió, en Oriente Próximo y en el Indo si tenemos distintos testimonio escritos de lo allí acaecido. Así por ejemplo, el libro sagrado de los hindús, el Rigveda, es el texto indoeuropeo más antiguo que se conoce, y se suele aceptar que procede más o menos de aquella misma época. Sus páginas reflejan un proceso invasor que supuso un conflicto racial y espiritual entre una espiritualidad aborigen considerada "demoniaca", y la nueva religión solar y heroica de los invasores arios. En el Rig-veda, el líder de la invasión de los arios es el Dios Indra, un dios solar vinculado con el trueno y el rayo a la manera de los grandes y despiadados dioses del panteón clásico indoeuropeo (Thor, Perun, Zeus, Tarhun,...). Según la mitología hindú (aria), Indra decapitó al dragón Vritrá y posteriormente a su madre, la diosa drávida Danu. Un relato mítico que mostraba “a las claras” el fin del universo simbólico preindoeuropeo y la imposición de la sociedad de castas hindú.

 

“Tú, Indra, eres el destructor de todas las ciudades, el matador de los dasyu, el prosperador del hombre, el señor del cielo”. VIII, 87.6, “Rig.Veda”.

 

Del mismo modo, la época gloriosa que nuestros libros de historia dedican a los Imperios babilónico y asirio fue en realidad un tiempo histórico de crueldad sin límites, como así lo muestra el aterrador arte asirio y numerosos testimonios que recoge la literatura sagrada semítica de la época, como por ejemplo el atribuido al último gran Rey Asirio, Asurbanipal (668-626 a.C.):

 

“Entonces yo, como ofrenda para Senaquerib, aré viva a esta gente. Su carne di de comer a los perros, los cerdos, los buitres, las águilas; […] Tome los cadáveres de la gente a la que Erra había derribado y aquellos cuyas vidas habían sido abatidas por el hambre y la hambruna […] aquellos huesos yo saqué de babilonia, Kuta y Sippar y los arrojé en montones.” Asurbanipal, “Anales”

 

Igualmente otro testimonio escrito que puede considerarse como representativo de lo que sucedió cuando los pueblos semíticos hebreos penetraron en Canaán, lo encontramos en el libro de Josué (Antiguo Testamento), dónde Yahvé como un poderoso dios tribal, guía a su pueblo hacia la tierra que ha escogido para ellos y se dirige a Moisés instruyéndole en el arte de la guerra:

 

“Yahvé tu Dios la entregará en tus manos, y pasarás a filo de espada a todos sus varones; las mujeres, los niños, el ganado, todo lo que haya en la ciudad, todos sus despojos, los tomarás como botín. Comerás los despojos de tus enemigos que Yahvé tu Dios te ha entregado. Así has de tratar a todas las ciudades muy alejadas de ti, que no son de las ciudades de estas naciones. En cuanto a las ciudades de estos pueblos que Yahvé tu Dios te da en herencia, no dejarás nada con vida, sino que lo consagrarás al anatema: a hititas, amorreos, cananeos, ferezeos, heveos y jebuseos, como te ha mandado Yahvé tu Dios.” (Dt 20, 13-17).

 

Estos testimonios escritos de las literaturas sagrada aria, asiria y hebrea, nos muestran las características fundamentales de una aterradora cosmovisión que estaba en las antípodas de la de “la celebración de la vida” de sus predecesoras neolíticas. No es muy difícil deducir mediante un sencillo ejercicio de empatía que, a consecuencia del nuevo fenómeno cultural de la guerra, el miedo pasó de ser una emoción esporádica a ser un sentimiento que lo impregnó todo, obligando a las ciudades a abandonar los valles para crear fortificados asentamientos en lugares estratégicamente defensivos. Esta es la verdadera cara de del periodo histórico de las grandes civilizaciones y sus poderosos ejércitos, y no la que edulcoran las grandes producciones cinematográficas con el honor y la heroicidad de sus actores protagonistas. 

 

“Cautivas”.  Óleo de Évariste Vital Luminais
“Cautivas”. Óleo de Évariste Vital Luminais

“Resulta esencial distinguir entre la visión y los valores de las tribus arias y semitas, y los de aquellos pueblos que habían sido agricultores asentados durante miles de años, aparentemente de forma más o menos pacífica. Nada menos que nuestra visión de la naturaleza humana está en juego. ¿Hemos de atender a los valores destructivos de estas tribus como específicos de su propia experiencia de la vida, o como representativos de toda la raza humana? (...) Como herederos de ambas experiencias, la del Neolítico y la de la Edad del Bronce tenemos dos "almas históricas" dentro de nosotros, una con la visión de la vida que prevaleció antes de la Edad del Bronce, y la otra, fraguada en el crisol de aquella edad aterradora. Es posible que hayamos aceptado, de forma acrítica que sólo una de esas visiones es intrínseca a la naturaleza humana (el paradigma de "los vencedores") antes que preguntarnos si fue algo que nos fue impuesto hace tanto tiempo que ahora parece natural." Anne Baring y Juleh Cashford, “El mito de la Diosa”.

 

Aún hoy en día, todos estos procesos históricos que narran la desaparición de las culturas fraternales del periodo neolítico, siguen pareciendo a un gran número de personas e investigadores, fantasías o leyendas más propias de “El Señor de los Anillos” que de la historia real. Así, la Hipótesis de los kurganes, como teoría que explica la expansión en nuestro continente no solo de las lenguas indoeuropeas, sino también de una cosmovisión bélica y patriarcal hasta entonces inexistente, ha sido durante las últimas décadas objeto de grandes controversias. Sus detractores esgrimen que afirmar, como lo hacía Gimbutas, que existió una Gran Civilización indígena pre-indoeuropea que no conocía las guerras, de sesgo matriarcal y que tenía una Gran deidad femenina como pilar central de su cosmovisión era idealizar en exceso nuestro pasado. A pesar de las abrumadoras pruebas arqueológicas que presentó Gimbutas, faltaba algún tipo de “prueba científica” para poder confirmar una hipótesis que, en esencia, suponía el derribar de facto los viejos paradigmas culturales que afirmaban que la guerra y las conquistas son intrínsecas al devenir de la historia y a la naturaleza humana. Pues bien, finalmente esa “prueba” ha llegado.

 

Los estudios arqueogenéticos corroboran las tesis de Gimbutas

La irrupción de recientes estudios genéticos en dicho debate, que permiten a los investigadores determinar cuáles fueron las rutas migratorias de nuestros ancestros, así como descubrir los linajes paternos y maternos en los restos óseos de individuos de aquella época, están confirmando (para sorpresa y perplejidad de muchos) la mayor parte de los planteamientos de Gimbutas. Así, en el año 2015, se presentaron las conclusiones de un macroestudio genómico internacional coordinado por el prestigioso genetista David Reich de la Universidad de Harvard y presentado en la revista Nature. Las conclusiones de dicho estudio las contaba el periodista Javier San Pedro en un artículo para el diario El País:

“Los genomas de 69 europeos de 8.000 a 3.000 años atrás, confirman la Hipótesis de la estepa (o de los kurganes), avanzada en los años 50 del siglo pasado por la arqueóloga lituano-estadounidense Marija Gimbutas (1921-1994), que reunió evidencias de que la patria de los proto-indoeuropeos era la llamada Estepa Póntica, formada por las inmensas praderas al norte de los mares Negro y Caspio. Hace 4.500 años, los ganaderos Yamnaya que vivían allí, se extendieron por Europa gracias a sus flamantes carros de ruedas.” Javier San Pedro, “Las lenguas indoeuropeas se propagaron sobre ruedas” (El País, 5/3/2015).

 

En este macroestudió ha participado también el arqueólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona Roberto Risch, quién afirma que el análisis de los restos óseos (sobre todo de Alemania central, pero también hay de Hungría, Rusia y la Península Ibérica) muestran evidencias de una migración "tan masiva que hizo que un 75% de la población de Europa Central se renovase totalmente". Del mismo modo y según dicho estudio, el 50% de las personas de Europa del norte y Europa central, así como el 25% de los habitantes de la Península Ibérica siguen teniendo en su acervo genético raíces de estas poblaciones kurgánicas. La investigación concluye que todos estos datos no solo indican un gran cambio genético en aquel tiempo histórico, sino también social y político. En este sentido Robert Risch afirma:

 

“Estos pastores venidos de la estepa ya no ponen el énfasis en la colectividad sino en el individuo; no son igualitarios, sino que un pequeño grupo de hombres acapara riqueza; aparecen diferencias muy marcadas entre hombres y mujeres; y desarrollan una cultura política de poder basado en la violencia. Forman comunidades pequeñas y móviles, que se desplazan gracias a la invención de la rueda y del carro, y fabrican armas con bronce, no para cazar, sino para ejercer la violencia.” Roberto Risch (La Vanguardia, 2/3/2015)

 

Del mismo modo, en un artículo publicado en marzo del 2018 en la revista científica Nautilus, el genetista David Reich nos cuenta como allá dónde llegaban los invasores indoeuropeos, el cromosoma Y (linaje paterno) de las estepas comenzaba a predominar entre la población, lo cual parece indicarnos que los invasores indoeuropeos suplantaban a la población masculina nativa (al menos en cuanto a su función reproductora se refiere) y procreaban con las mujeres locales (es de suponer que por la fuerza), para poder instaurar una nueva estructura familiar sustentada en el linaje patrilineal. 

 

“La reconstrucción de Gimbutas ha sido criticada como fantástica por sus detractores, (...) Sin embargo, datos de ADN antiguo han mostrado que la cultura yamna era una sociedad en la que el poder estaba concentrado en manos de una elite masculina formada por un pequeño número de linajes. Los cromosomas Y (linaje paterno) que llevaban los yamna eran casi todos de unos pocos tipos, lo que muestra que un número limitado de hombres debieron ser extraordinariamente exitosos en expandir sus genes. Por el contrario, en su ADN mitocondrial (linaje materno), los yamna mostraban secuencias diversas. Los descendientes de los yamna o sus parientes cercanos expandieron sus cromosomas Y en Europa y la India, y el impacto demográfico de esa expansión fue profundo, dado que los tipos de cromosoma Y que llevaron estaban ausentes en Europa y la India antes de la Edad del Bronce, pero predominan hoy en ambos lugares. Está claro que la expansión yamna no pudo ser pacífica.” David Reich, “Social inequality leaves a genetic mark”

 

Paralelamente a estos estudios genéticos, algunas de las más recientes investigaciones lingüísticas también parecen avalar las teorías de Gimbutas. Así, en el año 2015, cuatro reputados lingüistas de la Universidad de Berkley (Will Chang, Chundra Cathcart, David Hall y Andrew Garrett) presentaron los resultados de una investigación en la revista de divulgación científica “Language” en la que trataban de dilucidar cuál de entre las dos grandes teorías sobre el origen geográfico de la “lengua madre” indoeuropea estaba en lo cierto. La primera de ellas defendida durante décadas por el eminente arqueólogo Colin Renfrew, argumenta que las lenguas indoeuropeas se expandieron hace unos 8.000 años desde Anatolía y Oriente Próximo a través de las migraciones de  los primeros agricultores neolíticos del llamado "Creciente Fértil", que expandieron este nuevo conocimiento agrario por nuestro continente y se mezclaron paulatinamente con las culturas cazadoras-recolectoras sin aparente conflicto. La segunda, la de Marija Gimbutas, quien defendía a través de su “Hipótesis de la estepa o de los Kurganes” que las lenguas indoeuropeas se expandieron a través de las invasiones bélicas de los pueblos indoeuropeos. Hay que recalcar, que según los estudios arqueogenéticos, ambos flujos migratorios existieron, y de hecho representan los dos componentes genéticos principales que se mezclaron de forma variable con las diversas poblaciones indígenas europeas desde comienzos del Neolítico.

 

Mapa que refleja los dos grandes movimientos migratorios del Neolítico
Mapa que refleja los dos grandes movimientos migratorios del Neolítico

 

La conclusión a la que llegaron los lingüistas de Berkley tras analizar más de 150 lenguas se resume en el título de su investigación: “El análisis filogenético de ascendencia limitada apoya la hipótesis de la estepa indoeuropea." Tras analizar más de 200 juegos de palabras indoeuropeas vivas, pero también desaparecidas y determinar la rapidez con que estas palabras cambiaron con el tiempo a través de modelos estadísticos, concluyeron que la tasa de cambio indica que las lenguas que primero utilizaron estas palabras comenzaron a divergir hace aproximadamente 5.500-6.500 años en el área geográfica entre Ucrania y Moldavia. Justo en el lugar señalado por Gimbutas décadas antes a través de sus investigaciones arqueológicas.

 

“Nuestra conclusión más importante es que el análisis filogenético estadístico apoya firmemente la hipótesis de la estepa de origen indoeuropeo, contrariamente a las afirmaciones de investigaciones anteriores. Esto a su vez contribuye al estudio de la prehistoria lingüística eurasiática, indicando que la dispersión de las lenguas indoeuropeas no fue impulsada por la expansión de la agricultura.” W. Chang, Ch. Cathcart, D. Hall y A. Garret, "Ancestry-constrained phylogenetic analysis supports the Indo-European steppe hypothesis",

 

¿Llegaron las invasiones indoeuropeas al territorio vasco?

Y un factor clave que nos puede ayudar a determinar definitivamente cuál de estas dos teorías es la que más se aproxima a lo verdad de los hechos lo constituye la población vasca actual, pues al haber conservado, entre algunas de sus gentes, su lengua nativa preindoeuropea (el euskera), conocer qué grado de “penetración” en su población tuvieron estas migraciones prehistóricas, quizás pudiera ofrecernos datos relevantes en uno u otro sentido. Hay que recordar que durante las últimas décadas han sido numerosos los autores que apoyándose en las evidencias mitológicas, etnológicas y lingüísticas de la cultura tradicional vasca, considerada como un islote cultural en el inmenso mar indoeuropeo actual, han defendido que esto sólo pudo haber sido debido a que las invasiones indoeuropeas, por razones aún por dilucidar, no penetraron en territorio vasco. Así lo defendía, hace ya unas décadas, Andrés Ortiz-Osés:

 

“Pensamos, en efecto, que en la cultura vasca anida un cierto resto latente matriarcal que, al tiempo que la define genéticamente, la coloca en correlación con la prodigiosa cultura aborigen mediterránea matriarcal, derruida sin embargo por las famosas invasiones indoeuropeas sobre el 2.000 a. C. La cultura vasca ancestral, aún hoy latente, significa pues un cierto reducto en el interior de las conquistas indoeuropeas.” Andrés Ortiz-Osés, “El matriarcalismo vasco.”

 

Para saber si la afirmación de Ortiz-Osés es cierta recurrimos de nuevo a otro estudio genético, en este caso realizado por la Universidad de Uppsala (Suecia) y que fue publicado en el año 2015 en la revista científica PNAS bajo el título “Ancient Genomes link early farmers from Atapuerca in Spain to modern-day Basques”. Del estudio, llevado a cabo por un nutrido grupo de investigadores, nos interesa un apartado en el que detalla el porcentaje de herencia genética que la población actual del Norte de España y el Sur de Francia tiene de los flujos migratorios “anatólico” y “estepario”.

 

 

Como se puede apreciar en el gráfico, la influencia indoeuropea (color negro) entre los vascos, tanto de los estados español como francés, es muy baja (2,91%). En cambio, si tienen un amplio porcentaje de herencia genética de las primeras migraciones de los agricultores anatólicos (35%, color beige). No obstante, la herencia genética paleolítica es decir, aquella proveniente de la población autóctona de Europa Occidental antes del sexto milenio A.C, sigue siendo la predominante (59%, color azul). El grupo que más se asemeja al grupo poblacional vasco es el de las poblaciones del sur de Francia (que incluye Aquitania), con casi un 57% de herencia paleolítica y también con una influencia esteparia anecdótica (3,97%). Por consiguiente, lo que diferencia a la población vasca actual de las poblaciones de otras áreas geográficas próximas, no es tanto un “hecho diferencial” propio vasco, sino más bien el matiz de no tener apenas herencia genética indoeuropea (y norteafricana en algunos casos). Según las conclusiones de dicho estudio, la población vasca actual habría permanecido relativamente aislada desde los últimos 5.000 años, tras finalizar la migración de los “agricultores de Anatolia.”

 

Esto datos parecen indicarnos claramente que las lenguas indoeuropeas no se expandieron a través de las primeras migraciones de agricultores, pues de haber sido así, habrían dejado una clara impronta en el euskera, ya que la población actual vasca tiene un alto porcentaje genético (35%) proveniente de dichas migraciones. Por otra parte, el estudio proporciona un “aval científico” a quienes venían afirmando que las invasiones indoeuropeas no penetraron en territorio vasco, pues el porcentaje de herencia esteparia entre los vascos y aquitanos actuales es ínfimo (en torno al 3%).

 

Ilustración extraída del libro "Euskal Zibilizazioa", de Alfonso Martínez Lizarduikoa.
Ilustración extraída del libro "Euskal Zibilizazioa", de Alfonso Martínez Lizarduikoa.

Por consiguiente, es al menos reseñable que la región cantábrico-aquitana, considerada por los investigadores como la principal  zona de “refugio climático” en el occidente de Europa durante finales de la última glaciación y dónde se haya la más importante concentración de arte rupestre paleolítico del mundo, es precisamente el área geográfica dónde se ha preservada una lengua cuyas raíces lingüísticas se remontan a aquellos tiempo primigenios y dónde ahora sabemos además, que los invasores indoeuropeos que traían consigo su idioma y su cosmovisión belicista patriarcal, no consiguieron o no quisieron penetrar.

 

Es posible por tanto, que el hecho de que los migrantes de Oriente Próximo se mezclaran con las culturas indígenas europeas (y vascas) sin aparente conflictividad, pudo ser debido a que compartían una misma forma de comprender el mundo preindoeuropea (cultura gilánica y universo simbólico estructurada en torno a la Gran Diosa) y presumiblemente, una misma familia idiomática de la que el euskera se habría nutrido en su vocabulario. De este modo, vuelven a cobrar protagonismo algunas hipótesis lingüísticas como la propuesta en 1978 por el investigador Bittor Kapanaga en su libro “Euskera erro eta gara” en la que afirmaba que el euskera actual aglutina tres substratos lingüísticos diferentes y del mismo modo, la hipótesis que, tomando como referencia a la anterior, desarrolló dos décadas después Josu Naberan en su libro “Hitzen Koba: las tres raíces primitivas de las que surgió el euskera”.

 

Por tanto y en resumen: el primer movimiento poblacional (anatólico) fue, a tenor de todos estos datos, una migración pacífica que unió a gentes que compartían una misma cosmovisión y una misma familia idiomática preindoeuropea; el segundo (Kurgan), una invasión violenta protagonizada por gentes con una cosmovisión radicalmente opuesta a la de los pueblos que sojuzgaban y con un idioma también sustancialmente diferente que suplantó o se hibridó al de las poblaciones nativas. Esta clara diferenciación entre “migración” e “invasión” parece quedar definitivamente refrendada por un estudio dirigido por el profesor de genética de la Universidad de Uppsala (Suecia), Mattias Jakobsson en el año 2017: “Ancient X chromosomes reveal contrasting sex bias in Neolithic and Bronze Age Eurasian migrations”. En dicha investigación se nos ofrece este revelador dato:  

 

“Los análisis genéticos permiten afirmar que aproximadamente el mismo número de hombres y mujeres participaron en la migración de los agricultores de Anatolia en Europa. Sin embargo, para las migraciones posteriores desde la Estepa Póntica durante la Edad del Bronce temprana, encontramos un sesgo masculino muy fuerte. Se ha observado que hay muy pocos cromosomas X de los migrantes yamna, lo que indica que había quizá una decena de hombres migratorios por cada mujer migratoria.” Mattias Jakobsson “Ancient X chromosomes reveal contrasting…”

 

Es decir, que la migración indoeuropea (protagonizada en un 90% por hombres) tenía las características propias de una invasión militar que para “afianzar” el nuevo linaje patrilineal que imponían sobre los pueblos o ciudades matrísticas que sojuzgaban, debió de exterminar o suplantar en muchas ocasiones a la población nativa masculina, al tiempo que esclavizaba a las mujeres nativas como botín de guerra y con fines reproductivos (y este proceder se refiere, obviamente, al ámbito local de pueblos o ciudades, no a regiones o países enteros como han titulado algunos periódicos). Solo así se puede entender la gran impronta genética indoeuropea en amplias zonas de la Europa actual. Un supuesto no solo corroborado por algunos estudios arqueogenéticos actuales (David Reich, Universidad de Harvard) sino del que también encontramos pruebas en la literatura sagrada de los primeros pueblos patriarcales. Recordemos en este último sentido las palabras de Yahve dirigiéndose a Moises para instruirle en el arte de la guerra: “Y pasarás a filo de espada a todos sus varones; las mujeres, los niños, el ganado, todo lo que haya en la ciudad, todos sus despojos, los tomarás como botín”.

 

Finalmente decir, que el impacto de todos estas investigaciones arqueogenéticas ha sido tal, que  Colin Renfrew, creador y máximo representante de la teoría que defendía que las lenguas indoeuropeas se propagaron a través de la migración de los agricultores anatólicos, ha reconocido por primera vez, que aunque se debe esperar a las conclusiones de nuevas investigaciones de los próximos años, es posible que Marija Gimbutas estuviera en lo cierto y el no. Renfrew, en una actitud que le honra, ofreció en noviembre de 2017 una conferencia en el Oriental Institute de la Universidad de Chicago en homenaje a Marija Gimbutas titulada "Marija Redviva: DNA and indoeuropean origins". Renfrew finalizó su ponencia diciendo: Creo que la Hipótesis de los kurganes de Marija ha sido magníficamente reivindicada.

 

Noviembre del 2017. Histórico y emocionante momento en el que Lord Colin Renfrew, realiza una conferencia en homenaje a Marija Gimbutas tras décadas de criticar duramente sus teorías.
Noviembre del 2017. Histórico y emocionante momento en el que Lord Colin Renfrew, realiza una conferencia en homenaje a Marija Gimbutas tras décadas de criticar duramente sus teorías.

 

Sirva pues este primer capítulo para mostrar a los escepticos como las teorías de Marija Gimbutas merecen la más alta consideración, pues al menos, en sus aspectos fundamentales parecen años tras año corroborarse y confirmarse a través de ciencias tan dispares como la arqueología, la genética o la lingüística. Y aunque en lo relativo a su interpretación del arte simbólico prehistórico, siempre se puede argumentar que nos movemos en el terreno de la subjetividad, el vasto conocimiento que la arqueóloga poseía sobre la mitología y el folklore de las culturas europeas, le permitió elaborar modelos comparativos sólidamente argumentados con los que interpretar los hallazgos arqueológicos que ella misma desenterró en un gran número de ocasiones. Todo ello nos permite tomar sus investigaciones como absolutamente referenciales y nos servirán en el siguiente capítulo para profundizar en el significado del mito de Mari con el aval interpretativo de esta grandiosa arqueóloga.